lunes, 15 de octubre de 2012

El cielo de octubre era
rojo en nuestro horizonte

Publicado en La Tercera, Chile,
el 13 de octubre de 2012.

Si la Crisis de los Misiles de 1962 (conocida como Crisis de Octubre, en Cuba) fue el pasaje más peligroso de la Guerra Fría, el momento más peligroso de la Crisis de los Misiles fue la tarde del 27 de octubre, cuando la resolución de la crisis —la guerra o la paz— aún se balanceaba. Una batería del oriente cubano acababa de derribar un U-2 de reconocimiento norteamericano y el Presidente John Kennedy barajaba las opciones que le quedaban ante Nikita Khrushchev y si lo complacía o no en retirar los cohetes Júpiter de Turquía a cambio de sacar los dislocados en Cuba. Esa tarde, después de tensas discusiones con el Excomm (el Comité Ejecutivo), Kennedy decidió una estrategia doble —una carta a Khrushchev aceptando no invadir Cuba a cambio de la verificación de la salida de los cohetes y mandar a su hermano Robert a reunirse con el embajador soviético Dobrynin para, en voz baja, hacer el regalito de los Júpiter turcos.

Esa tarde yo estaba en el edificio de la revista Mella, calle Desagüe 108/110, Ciudad de La Habana, cuando llegó la noticia del U-2 derribado. La carga de adrenalina de todos se disparó junto con la convicción de que estábamos a punto de ser bombardeados por los B-52. Cuento esto ahora porque los grandes personajes llevan argumentando su protagonismo por más de 40 años y no toman en cuenta los detalles que podemos aportar otros participantes de la movilización. Aquella noche me asignaron la azotea del Mella. Tenía un pesado capote del Ejército Rojo y una metralleta checa T-23, de 9 milímetros. Los capotes eran regalos para nosotros del Komsomol soviético. Mi pareja de ese turno fue Manolo Rojas, uno de los chóferes del Mella, igualmente con metralleta y capote. Tal equipamiento —se suponía— era adecuado y suficiente para enfrentar la posibilidad aún vigente del golpe atómico. Llevábamos acuartelados en el Mella desde el 16 de octubre. Mella era la única publicación juvenil con que contaba Fidel. El cielo de octubre era rojo en nuestro horizonte. Esa noche yo hubiese muerto junto al negro Manolo, los dos semiasfixiados bajo los capotes de combatientes de Leningrado, y guardando una distancia prudencial de un nido de viudas negras que yo había descubierto en una llave de agua de la azotea, muy atento a sus desplazamientos.

Después amaneció una vez más sobre La Habana y, quizá por la tarde, me fui con Ernesto Fernández, el fotógrafo, a recorrer las unidades dislocadas al oeste de La Habana. Teníamos un jeep Toyota con techo de lona y traíamos una bomba de Mig-15 de 100 kilogramos sin estallar que rescatamos del polígono de tiro de la aviación cerca de playa El Salado. También cargamos cigarros y tabacos y una grabadora RCA Víctor que ya entonces era antediluviana. Pudimos servirnos de la corriente de unidades con plantas eléctricas. Hicimos un reportaje en la UM 1968, un batallón de la barriada habanera de Santos Suárez fogueado el año anterior en Bahía de Cochinos. Se había llamado Bon 117 y ahora respondía a la División 2250. Radio Habana Cuba trasmitió el reportaje. Nunca recuperé la cinta. Después tiramos dos números en mimeógrafos del periódico Los Topos. Tampoco guardé ejemplares.

Regresamos al Mella. Ernesto reveló sus excelentes fotografías y yo escribí mi reportaje "Esperando al enemigo"*. La guardia me tocó otra vez en la azotea. Me engancharon al caricaturista René de la Nuez de pareja. Arrastramos nuestros pesados capotes hasta la azotea. El enjambre de crispantes y negras arañas esperaba. René y yo nos enredamos en una discusión sobre si el veneno de esos monstruos mataba a la gente y si era verdad o no que te saltaban a la cara.

*El artículo publicano en Mella, de octubre/noviembre de 1962.