lunes, 12 de noviembre de 2012

Danza con leones

A tenor con la última campaña macarthista de El Nuevo Herald podemos colegir que la violación de los derechos humanos en Cuba solo cubre un período muy específico: aquel que se halla bastante lejos de la oleada de esbirros batistianos que se asentaron en esta ciudad de Miami como fundadores primigenios del exilio y luego alzados de la estirpe de la banda de Julio Emilio Carretero, que entre otros hitos históricos tiene la emasculación de un alfabetizador —el adolescente Manuel Ascunce Domenech— y luego haberlo colgado con una extensión de alambre de púas. No me crean a mí. Por ahí andan las fotos de los forenses. Crescencio Marino Rivero, de 71 años, y su esposa, Juana Ferrer —según El Nuevo Herald—, ambos ex oficiales del Ministerio del Interior de Cuba y ex miembros del gobernante Partido Comunista, son las nuevas víctimas propiciatorias del periódico y pueden dar por seguro que de algunos ingentes políticos de la localidad. Lo curioso es que uno de las primeras acusaciones ha saltado desde la misma Cuba, y nada más y nada menos que en la persona de otro antiguo represor del castrismo, en este caso nuestro inefable campeón de las huelgas de hambre, el cadete de Tropas Especiales Guillermo Fariñas. Porque, oye, muchachón, las Tropas Especiales del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, a diferencias de las del Ministerio del Interior, eran única y exclusivamente para reprimir. Con estudios en una academia militar de Tambov, antigua URSS (ya se pueden imaginar ustedes lo que se estudia allí) y habiendo formado parte de las tropas que cercaron la embajada de Perú en Cuba durante los acontecimientos de 1980, que el mulato se nos apee ahora con la historia de que Rivero es un represor solitario, resulta una píldora tan difícil de tragar como una tarántula. Debemos entender, sin embargo, que desde los batistianos —¿o quieren ir más atrás, a Machado, a los voluntarios cubanos que fusilaron a los siete estudiantes de medicina, a los conquistadores de no dejaron un aborigen cubano con cabeza?— hasta nuestros días, la represión es algo común a nuestra raza. ¿Un pueblo de represores? Bueno, que levante la mano el que no haya sido miembro de un Comité de Defensa de la Revolución. Y dentro de esos, que de un paso al frente el que no haya hecho una guardia cederista. Porque quiero informarles que pertenecieron a una organización represiva. ¡Y qué decirles de vigilar a un vecino tras los visillos! Ay, Dios, cómo vamos a tener que deportar viejas del Comité. Me las imagino como en un Mariel al revés. Pero las viejas chismosas con sus maletas en el muelle de Key West. Y los marines ayudándolas a rembarcarse. Arriba, pa la chalupa. Ah, y antes de que se me olvide, el primero que pueda probar que yo hice una guardia de Comité, una sola, que también levante la mano. El problema es que yo me leí muy temprano en los 60 un libro de cuentos maravilloso, El elefante, del polaco Slawomir Mroźek, en el que el portero de la jaula de los leones del circo romano encargado de azuzar las fieras para se coman a los cristianos, descubre que un león se mantiene a sus espaldas, apacible y sin mostrar el más mínimo interés en saltar a la arena. Es más, la susodicha bestia esta royendo una —al parecer deliciosa— zanahoria. Intrigado por la actitud del animal y preguntándole el porqué de su conducta, el hombre recibe esta juiciosa respuesta del león: “¿Y si los cristianos toman el poder mañana?”