lunes, 11 de febrero de 2013

El hueco de Carmelo

82 libros y monografías y 275 artículos publicados por Carmelo Mesa Lago según Haroldo Dilla Alonso en su alabanza “Carmelo Mesa Lago, otra vez…” a propósito de la publicación de Cuba en la era de Raúl Castro (Editorial Colibrí, Madrid, 2012). Estamos perdidos si todos son para repetir joyitas como esta: “Raúl [Castro] había enviado a [Humberto] Pérez a estudiar en Moscú y luego lo apoyó como director de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN); Fidel designó a Raúl para presidir el tribunal que juzgó y despidió a Pérez”. La Academia cubana está perdida. Los seguidores del fenómeno cubano, perdidos. Porque es el caso que Humberto Pérez nunca fue juzgado y, por otra parte, los estudios que despertaron la sospecha ante los ojos del terrible Fidel, los siguió en Yugoslavia, no en Moscú, y fueron sobre la autogestión económica de Tito. Moscú nunca le preocupó a Fidel. Sabía que no era el tipo de peligro de allá del cuál debía preocuparse. Y a Humberto lo tronaron —vocablo perfectamente familiar para los residentes de la isla. Algunos argumentan que proviene de destronar y otros de trueno. Y los últimos me están confundiendo trueno por relámpago, o rayo, que creo yo que duele más. En la cabeza lo que te cae es un rayo, un relámpago, una descarga eléctrica del coño de su madre, pero no un trueno. En fin, que el truene de Humberto fue el resultado de que Fidel le cogió ojerizas al desempeño económico del país bajo la tutela del susodicho y lo mandaron de contable de una empresa textil de quinta categoría. Nada de pena de muerte, ni de juicios sumarios, ni de mazmorras con ratas paseándose entre tus pies. Pero, además, Carmelo, si aquí todos los días despiden gente de cualquier posición. Hasta a Nixon se lo echaron. ¿Cuál es el big deal con que se fumen a alguien en la isla? Hay una diferencia, cierto. Que a los tronados en Cuba le respetan el salario y la casa (cuando más te mudan) y te dejan la mujer y el Lada. Y al final, pasan unos añitos, y alguien viene y te tira un cabo y hasta te dan un puesto de viceministro. ¿Quién de nuestra generación no estuvo tronado alguna vez, compañeros? Y el bienestar con que se experimentaba el regreso. Pero había que estar allí para saberlo. Desde esta orilla nunca entienden nada. Y como decía Hemingway, cuando tú escribes sobre algo que no conoces, lo que queda en la narración es un hueco.

Nota a los malditos, que pretendan servirme del mismo caldo. Cierto que la Real Academia acepta truene como un cubanismo por “destituir o despedir a alguien de su cargo o empleo”. Pero esto ocurrió sólo después que nos cansamos de usarlo en ese sentido. Gloriosa generación revolucionaria. También a la Academia le dimos por saco. 

Para conocer el sitio hacia donde mudaron a Humberto y el error logístico que cometieron en detrimento de las brigadas de vigilancia del KJ y la relación que todo esto tuvo con mi intento de fuga del país en octubre de 1983, el lector debe esperar a que yo termine el montaje de Peligros de la memoria.