lunes, 31 de diciembre de 2018

Un cuento navideño


En la nomenclatura empleada para designar a los valientes en la tropa angolana del general Menéndez Tomassevich, parece haber un momento insuperable. Para lograr la descripción más completa de un bravo debe decirse que el personaje en cuestión es un saco de cojones. Se está aludiendo a un saco de azúcar, porque es el de mayor uso industrial en Cuba, y la referencia es el envase clásico, con capacidad para 4 arrobas de material. Ser un bragao o un duro, o tenerlos bien puestos, es retórica del pasado.

Mas existen otros niveles para ser visto con satisfacción. El de gente encojonada es un nivel adecuado. Los asesores cubanos de la 39 Brigada de Infantería Ligera —sobre los que voy a contar algo— fueron aceptados como encojonados desde el inicio de la Operación Olivo. Pero en septiembre de 1981, el grupo cayó en crisis.

Después de conocer el incidente —"el hecho extraordinario", según el lenguaje militar— detectado en la brigada de la Cuarta Región, el general Menéndez Tomassevich frunció el entrecejo y su mirada reflejó que se había puesto gato. El tono de voz con que se dirigió a su ayudante excluía cualquier duda: estaba en crisis la plantilla completa del grupo de asesores. Solo preguntó: "¿Unidad?" Era evidente que la graduación militar del teniente coronel Pablo Díaz, jefe de los asesores a nivel de la brigada, y del primer teniente Armando Segura, asesor del jefe de armamento, también se hallaba en remojo.

Lo que se describía en el primer parte como "un objeto infantil no autorizado", era una muchachita de aspecto deplorable —"mucho más deplorable y bastante churriosa cuando la encontramos", según la descripción posterior del primer teniente Segura— dislocada en el parque de transportadores blindados de una tropa reconocida por el virtuosismo militar de sus asesores cubanos; es decir, unos asesores que eran gente encojonada. Y esa unidad del Contingente Internacionalista Cubano, que había optado en diversas emulaciones por la Bandera de la Gloria Combativa, y la había visto ondear varias veces en sus estandartes, se convertía repentinamente en lo que Menéndez Tomassevich llamó "lo más parecido que pueda haber a un círculo infantil".

El general decidió personarse en el lugar de concentración de la brigada, "para dilucidar la cuestión en el terreno". El arribo de los tres Range Rover con las antenas de los radios Racal dobladas por la velocidad se vio acompañado del usual polvero que se arrastra en los terraplenes y de los portazos y de las voces de mando y del despliegue de la reducida pero bien armada escolta. La oleada de polvo rojo siguió su impulso aún después de los frenazos, que incrementó su volumen.

El jefe tenía botas de piloto de caza, que estrenaba ese día -y que ya estaban recogiendo más polvo del debido- y se llevó las manos a la canana -gesto característico- mientras se plantaba con toda su parsimonia delante de la tropa en formación. El primer teniente Segura, un oficial treintón, de camuflaje y AKM al hombro, y una niña aferrada a la costura del pantalón, estaba delante de él. El aspecto de la muchachita se ajustaba con exactitud al término de "bastante deplorable". La hallaron en la rivera de un río, temblorosa de frío y de hambre, entre los linos del río y el agua semiestancada y verdosa de la orilla, mientras en las cercanías aún se escuchaban las detonaciones de un combate que se apagaba, y volaban las cañas de las chozas de un campamento kwacha. Los integrantes de una BTR, bien adiestrados, que saben buscar en los ríos, porque por ahí los bandidos acostumbran a evadirse o a ocultarse, vieron el movimiento entre el lino, y uno de los combatientes —Segura— saltó de la BTR, el AKM al nivel de la cintura, el índice afincado al gatillo.

La operación era al norte de Huambo, en la zona de Bailundo y se clasificaba de "apoyo a las FAPLA en la neutralización de una base contrarrevolucionaria". Quería decir teóricamente que mientras las FAPLA entraban en contacto con el enemigo para desalojarlo, los cubanos debían esperar que sus homólogos angolanos actuaran o, con un poco de suerte, que los kwachas se equivocaran y les largaran un rafagazo y hubiera la necesidad de actuar en legítima defensa. La idea de que los cubanos se mantengan como reserva y se introduzcan en el combate en su momento crítico se descarta como sistema.

Es inexistente la nomenclatura militar para definir la presencia de un niño en una base contrarrevolucionaria, así como el procedimiento de combate cuando se le encuentra, de modo que cuando Segura se apareció preguntando "¿Y ahora qué hacemos con esto, caballeros?", que el combatiente Manuel Blanco, más conocido por Lingote, calificó de "la pregunta mundial", se decidió en primera instancia que había que cargar con ella en la BTR y llevarla al campamento. "Ver", como diría el sargento Hernández Filantrópico, "qué vuelta se le da al asunto de la chamaca esta".

La vuelta que le dieron estuvo bastante clara después de 10 días de adopción espontánea por los asesores cubanos, ninguno de los cuales "tenía experiencia materna anterior", según explicación del subteniente Aeropagito Gómez, asesor del jefe del pelotón de ametralladoras.

—Tengo entendido —comenzó el general con la voz baja, meticulosa, que regularmente utiliza en los interrogatorios que decide efectuar personalmente—. Tengo entendido que le han conseguido una pelota y un bate y unos tenicitos.

—En efecto, compañero general. Aunque costó su trabajito ponerle los tenis. Nunca había usado zapatos. Ella es como un animalito.

—Y le consiguieron un pañuelo de cabeza y le adaptaron un calzoncillo y la bañaron y le echaron talco y le recortaron las uñas y se las pintaron, ¿correcto?

—Correcto, compañero general.

—Me cago en la puta madre —bramó el general. Segura, sin soltar la niña, se cuadró, saludó como corresponde a un subordinado y dijo:

—Con su permiso, general —señaló a su acompañante—. No se deben decir malas palabras delante de ella.

Menéndez Tomassevich miró aquel pajarito vestido con un mosquitero adaptado y con las patas de un calzoncillo verde olivo de la industria de confecciones militares cubanas que se le salían por debajo de las rodillas y las uñas pintadas de un verde sólido y comprendió el señalamiento de Segura.

—Sí, claro —balbuceó—, perdona, mija —se dirigió a la niña— es que a veces las personas mayores decimos cada cosa.

Segura asintió. Apoyaba las reflexiones de su jefe.

—Supongo que tenga un nombre, ¿no?

—Teresa. Como no habla portugués ni español, lo único que conocemos es eso. Se llama Teresa Nandimba.

—Bien, pues —volvió Menéndez Tomassevich— así que no se les ha ocurrido otra cosa para regalarle que un bate y una pelota. Podemos imaginar lo que esta niña va a pensar de nosotros. La imagen que se va a hacer de lo cubanos. Pensará que todas las niñas en Cuba juegan a la pelota y no a los cocinados ni a las muñecas ni a todas las mierdas esas que juegan las niñas.

El mierda lo soltó con evidente disgusto. Era demostrativo del desprecio que sentía por tal clase de jueguitos. Segura volvió a cuadrarse y a carraspear y a llamar la atención sobre "la presencia de la compañera niña", por lo que el general sonrió apenado y comentó:

—Cosas que se le van a uno, mija.

—Le voy a explicar la cuestión de los juguetes —dijo Segura—. El problema es que no hay muñecas ni cocinitas en Retaguardia. Dice el retaguardiero que lo que tiene en almacén son toneladas de granadas RPG-7, raciones de campaña portuguesas K-7 y la logística usual de un ejército en operaciones. Pero carece de muñecas en el inventario. No obstante, se ha procedido por parte de los organismos políticos de nuestra unidad a hacer un llamamiento a los compañeros militantes, tanto del Partido como de la Juventud, así como a los miembros de las organizaciones de masas, es decir, a todos los asesores de la Brigada FAPLA 39, preferiblemente los que tengan hijas, para que pidan muñecas a sus familiares en Cuba. En Angola es muy difícil encontrar juguetes. Angola está en guerra. Luego de tres días de búsqueda, según explicación de Segura, lograron ubicar una abuela de la niña en el pueblo de Bailundo. Fueron hasta allí, pero la vieja se negó a recibirla en el kimbo porque estaba criando a otros dos hermanos de la niña. No podía alimentar una boca más, así que la única madre posible en aquellos parajes era una patrulla polvorienta de combatientes cubanos encaramados en los estribos de una BTR con una 12,7 al frente.

—¿Y esa trensita tan churriosa?

—El barbero de la unidad está de cumplimiento de misión. Esperamos el relevo.

—¿Y el pañuelo y los tenis?

—El pañuelo procede de una bandera del primero de mayo. Los tenicitos los conseguimos con el comisario angolano de abastecimientos.

—¿Y ese mosquitero mal cosido debo suponer que es una bata?

—Teníamos un reservista que era sastre en tiempos de paz. Pero también cumplió misión. Ahora sigue siendo sastre, pero en Santiago de Cuba.

—Y por último, ¿qué se supone que sean esos emplastos que tiene en las veinte uñas que Dios le dio, suponiendo que aún existan uñas debajo de esas capas de torta verde?

—Lo hicimos, compañero general, con pintura de enmascaramiento de los transportadores blindados. Fue una iniciativa del técnico de esta especialidad, el soldado de primera Remigio Despaigne, al que todos conocemos como Compota. Fabricó la brochita y mezcló las pinturas. También le buscamos un monoshort en la candonga. Lo trae en un jolonguito.

No era la primera vez que Menéndez Tomassevich afrontaba una circunstancia similar. En el cumplimiento de su primera misión en Angola había recogido a Joaquín, un muchacho asimilado por una brigada de tanquistas cubanos.

—Y esta niña no habla nada, según veo. Ni español, ni portugués ni nada. Recuerdo que cuando crié a Joaquín, ese sí era un jovencito despabilado y con ganas de saber y muy hablador.

En 1978 había recogido a Joaquín y era padre de tres muchachos que apenas salían de la adolescencia en La Habana. Tres años después Joaquín se preparaba como técnico medio de motores diesel en la provincia cubana de Matanzas y él era abuelo de Zulmita, una niña que disfrutaba de la tranquilidad incomparable de la isla.

—El tiempo pasa, cará —reflexionó, en voz alta—. La verdad es que estamos hechos un ejército de viejos huevones.

Alzamientos de cejas de Segura, carraspeo de Menéndez Tomassevich, y Teresa en su mutismo.

—¿Pero tú dices que la encontraron en medio del combate?

—Estábamos en contacto con elementos de las bandas fantoches. Se empleaban todos los medios para el total aniquilamiento del enemigo.

—Para partirlos —dijo el general, con satisfacción.

—Misión que fue cumplida según lo previsto por el mando.

—Así que ella estaba allí. Podemos decir entonces que es una guerrillera y que es una dura. Un personaje digno de pertenecer a una tropa bragada.

—Y si usted viera como pasea en las BTR. Como si estuviera en su casa.

Ceño fruncido del general. Gravemente fruncido.

—¿Pasea en la BTR? ¿Han cogido las BTR para pasear?

—Si usted lo permite, compañero general. Se trata de que reunimos a los organismos políticos y se decidió darle unas vueltas alrededor del campamento. Un par de vueltecitas. Aquí no hay mucho entretenimientos, como usted sabe. Desde hace cuatro meses no pasan película porque el peliculero, digo, el proyeccionista, cumplió misión. El relevo aún no ha llegado. Las últimas películas que vimos fueron Retrato de Teresa, la bobería esa del machismo, y la segunda parte de El Padrino.

—Bueno, pero lo coordinaron con los organismos políticos. Y la coordinación de los factores, en estas cuestiones militares, es lo principal, la verdad.

Menéndez Tomassevich decidió salomónicamente: la niña iba a ser retirada de la B1L-39 y trasladada a un lugar idóneo, pero a cambio se restituía moralmente la condición de tipos encojonados a los asesores de la brigada, condición que se acrecentaba por el hecho de haber sabido demostrar en condiciones de guerra su flexibilidad de maniobra y de lucha en cualquier terreno al no solo haber rescatado una niña de las garras del enemigo sino mantenerla de acuerdo a los medios existentes y educarla en los principios internacionalistas en el corto tiempo de su estancia en la susodicha unidad.

La noticia, desde luego, fue aceptada con dificultad entre los asesores de la BIL-39. "Es que uno se encariña", explicó el sargento Hernández Filantrópico en carta al instructor político. De cualquier manera la presencia de Teresa en la BIL-39 tuvo una orgullosa repercusión. Comenzaron a llover juguetes enviados desde Cuba por los familiares de los combatientes. Ella tomó la primera muñeca de su vida. Como toda una recia y trabajadora madre angolana, se la echó a la espalda y la acomodó en el paño. Y, por otra parte, con el habitual sentido de exageración de mis compatriotas, los asesores de la BIL-39 comenzaron a afirmar, llenos de felicidad, que Teresa Nandimba era la niña con más muñecas en todo el África Austral.


Arriba: Base Hospitalaria de Huambo, Angola. Diciembre de 1981. La enfermera cubana Nestora Padilla, asignada al grupo de Estado Mayor del general Menéndez Tomassevich, y Teresa Nandimba, aún en el proceso de adopción. (Foto: © René David Osés)

Abajo: Circa enero 1982. En el camino de Sumbe a Quibala. El general en viaje de inspección. Primera advertencia a los cubanos comisionados con la defensa del puente sobre el río Kwanza, que marca los límites de las provincias de Kwanza Norte y Kwanza Sul: “Ni siquiera para bajar al rio, a buscar agua, vayan sin el fusil.” (Foto: © Ernesto Fernández)

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Abelachau


Yo soy Fidel (el título en español) de Francesco Comello y Barbara Tutino acaba de aparecer en Italia, publicado por Cantagalli. Tiene las fotografías de Francesco de la procesión fúnebre de Fidel y su ensayo “L´ultimo saluto”, la crónica de Bárbara “Viaggio a Cuba”, fotos de la colección de Saverio Tutino, cartas de Saverio a su hija de 1967 y 1968 desde Cuba y un ensayo mío sobre Saverio: “Il commissario politico della 76ª Brigata Garibaldi”.

Un fragmento del original en español de mi colaboración “El comisario político de la 76ª Brigada Garibaldi”.

Creo que Fidel y yo teníamos los mismos sentimientos hacia el viejo combatiente. Incluso, Fidel, pese a las desavenencias creadas posteriormente por el caso Padilla. Era, indudablemente, un compañero. Nunca paternal. Convencido. Altivo. Preguntón. Su empate conmigo ocurre por un reportaje que leyó en Granma. La amistad que nos profesábamos tenía ese origen, digamos, de oficio. Diríase más bien de sangre. Como los indios americanos cuando sellan su amistad pasándose un cuchillo por las muñecas y oprimiendo las dos heridas. La historia es que, apenas con unas semanas en Cuba como corresponsal residente de L´Unità, leyó en su habitación del Hotel Capri un reportaje en Granma donde se contaba que en el Escambray una tropa en operaciones era animada al combate por una canción de los partisanos italianos. Los alumnos de la escuela de magisterio de Topes de Collantes, desde un edificio en lo alto de las montañas, organizaron un coro que le cantaba a los combatientes de Lucha Contra Bandidos que, a poca distancia de la escuela, tenía cercado al peligroso cabecilla contrarrevolucionario Chano Ibáñez y su gente. La canción que repitieron durante todo el tiempo de duración del cerco —10 días según mis notas— yo, el cronista, la llamaba Abelachau, lo cual era un error porque se trataba de un empleo arbitrario de la fonética de Bella Ciao. Por esa época nosotros importábamos todas las canciones que se pudieran utilizar en los momentos de euforia revolucionaria, es decir, casi todos los días, en marchas, nacionalizaciones, discursos de Fidel (mientras más interminables, mejor), trabajos voluntarios, entrenamientos de combate, montarse en los camiones para irse a matar mercenarios (o a que ellos te mataran) en Bahía de Cochinos o en unas especies de guateques revolucionarios durante la Crisis de Octubre de 1962 mientras esperábamos el Armagedón nuclear. A falta de una música de tal utilidad de los compositores cubanos, debíamos acudir sobre todo a la Guerra Civil Española. Ese pobre Francisco Franco, nunca se han cantado tantos vituperios en contra suya como en los primeros años de la Revolución Cubana. Ay, la mujer de Franco / Bum barabum barum bam bá / Ay, la mujer de Franco / Bum barabum barum bam bá / No cocina con carbón / Ay, Carmela / Ay, Carmela / No cocina con carbón / Ay, Carmela / Ay, Carmela / (Coge un aire) / Y cocina con los tarros / Bum barabum barum bam bá / Y cocina con los tarros / Bum barabum barum bam bá / De su marido el traidor / Ay, Carmela / Ay, Carmela / De su marido el traidor /Ay, Carmela / Ay, Carmela. (Coge un aire.) Lo que nos gustaba, sobre todo, era el ¡Bum barabum barum bam bá! Ni qué decirlo. Parecía una guerra contra la falange y no contra los yanquis. El Quinto Regimiento era otra. Aguerrida. Romanticona. En la ciudad de Madrid y en el patio de un convento. En la ciudad de Madrid y en el patio de un convento. El Partido Comunista fundó el Quinto Regimiento. Con el Quinto Quinto Quinto. Con el Quinto Regimiento. Se va lo mejor de España, la flor más roja del pueblo. Y nos sabíamos la traducción completa de “La Internacional” (todavía me la sé de memoria y todavía es capaz de emocionarme hasta las lágrimas) y a la preciosa “Bella Ciao” de los partisanos y, si acaso, una versión tarareada de Katiuska. Las guarachas y el mambo y el chachachá no se ajustaban al tipo de actividad que desplegábamos. De modo que el domingo 6 de febrero de 1966, a los pocos días de desempacar en Cuba, al abrir un periódico Granma que le llevaron a la puerta de su habitación, con el carrito del desayuno, Saverio Tutino vio el suplemento tamaño tabloide del periódico, llamado Revista del Granma, con una fotografía desplegada en la portada, donde dominaban los tonos ocres de la impresión en rotograbado, de unos militares cubanos que, evidentemente, rastrillaban un monte en las montañas. El viejo guerrero no titubeó un instante en concentrarse en un tema que, ya sabía, por intuición, que era de su más absoluto interés. Y probó a descifrar un español que pronto habría de dominar a la perfección. Se vio recompensado, más allá de lo esperado, al final del texto cuando supo que en un cerco en medio de las montañas del Escambray el aire estaba dominada por una canción que los cubanos reconocían por su traslación fonética como Abelachau y que era Bella Ciao. Se volvió loco. Se llenó de inspiración. Fue feliz creo yo que por última vez en su vida. Porque había comprendido que la canción de un guerrillero retumba igual en las cañadas del Piamonte que en la Sierra del Escambray. Su pasado, mi reportaje y una canción fueron motivos suficientes para cimentar una amistad.


Un fragmento revisado de la crónica original de Granma:

—¡Eh, Zalas! —gritaban los combatientes—, ¿cómo se agarra a los bandidos?

—¡Por los moños! ¡Al bandido hay que agarrarlo por los moños! —respondía Zalas a los bisoños soldados. Ellos siempre preguntaban así, conociendo la respuesta de Zalas: —¡Por los moños!— Y Zalas cerraba la mano como si tuviera allí la melena de un bandido y la zarandeara.

A Oscar Arias lo apodaban Zalas. Era sargento. “¡Ea!, sin miedo, que los capturamos”, decía Zalas, moviéndose de un lado a otro del cerco.

Una lluvia pesada y constante acompañaba la operación. Dentro del cerco se movían desesperados los bandidos.

Diez días. Sin escampar. Los bandidos se agazaparon bien esos diez días.

La primera noche los combatientes del cerco de La Chispa oyeron un canto que venía de lejos. Miraron hacia atrás y arriba. Entonces vieron el edificio gris de Topes de Collantes.

Todas las ventanas del edificio estaban abiertas. Había luces en las ventanas.

...y si yo muero
en el combate...

El canto venía del edificio. El edificio se veía como un gran árbol gigante iluminado en cada rama. Los alumnos de la escuela cantaban a los combatientes.

...abelachau belachau
y si yo muero
en el combate
toma en tus manos
mi fusil...

—¿Los ves? —preguntó un alumno a su compañero.

—No los veo —dijo el compañero. Bajo sus miradas se desplazaba brumoso el Escambray. Ellos estaban en el quinto piso del edificio gris de Topes de Collantes.

—¿No los ves?

—No los veo.

—Pero están allá. Ellos están allá —señalo hacia La Chispa...

—Sigue cantando, anda, sigue —dijo— que ellos están allá.

...y si yo muero
en el combate...

—Son los alumnos de Topes —dijo Zalas.

—Nos acompañan en el cerco —asintió el instructor Dagoberto.

Diez días interminables, de lluvia y poca comida, de caminar arriba y abajo la montaña, de esperar la bala del bandido, constantemente, en el pecho.

—Cuando se acabe esta operación me voy a casar —le dijo Zalas al instructor Dagoberto— mira, esta es la foto.

Sacó la cartulina fotográfica del bolsillo mojado. “La lluvia la ha gastado, y mis dedos también, ¿qué te parece?” Desde el pequeño cuadro sonreía una mujer joven.

—Y este, este es el anillo, mira —Zalas desenroscó el aro de su dedo— ¿qué te parece, eh? Fíjate, es de oro bueno.

...y si yo muero
en el combate...

—¿Ya estarán combatiendo? —dijo.

—No, no se oyen los tiros.

—¿Nos oirán a nosotros?

—Sí, canta con todo el pecho. Canta.

...toma en tus manos
mi fusil...

El día 22 se oyeron los disparos. Retumbaron en toda la montaña. Los bandidos se doblaron sobre sus cuerpos perforados con plomo. Las armas cayeron inútiles al suelo.

Ese día, el instructor político Dagoberto Páez se acercó al lugar del choque con los bandidos. Allí, sobre la tierra húmeda de sangre y lluvia, había un cuerpo. Dagoberto se acercó. El pelo trigueño del hombre lucía como polvoriento.

—Zalas…—murmuró el instructor— Zalas... Zalas...

Atrás, avanzando sobre todos ellos, se oía insistente el canto: “...y si yo muero en el combate...” La lluvia arreció en ese momento y las gruesas gotas limpiaron la sangre del rostro de Zalas.

—...Zalas, Zalas...—susurró otra vez el instructor Dagoberto que estaba arrodillado frente al cuerpo.

—...Zalas, ¿no me oyes?

lunes, 12 de noviembre de 2018

Ni aunque lluevan raíles de punta


Solo es agua, Donald. Solo agua.


AFP, 10 de noviembre, 2018 - 15h13
París - El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afrontó este sábado una lluvia de críticas por haber anulado una visita a un cementerio de soldados estadounidenses de la Primera Guerra Mundial a causa del tiempo lluvioso en Francia.

Trump, que se desplazó el viernes por la noche a París para conmemorar el centenario del final de la Gran Guerra, había previsto desplazarse con su esposa Melania al cementerio de Bois Belleau, en el norte de Francia, donde descansan marines estadounidenses que combatieron en la Primera Guerra Mundial.

"El viaje del presidente y la primera dama al cementerio y memorial americano en Ainse-Marne ha sido cancelado debido a las dificultades logísticas y de programación causadas por el clima", informó la Casa Blanca con un comunicado.

La cancelación de su visita generó numerosas críticas contra Trump. Algunos le reprocharon que la lluvia no impidió al presidente francés, Emmanuel Macron, a la canciller alemana, Angela Merkel, ni al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, participar en sus respectivos actos para conmemorar a los soldados de la Gran Guerra.

Otros bromearon con el hecho de que Trump estaba horrorizado con despeinarse a causa de la lluvia.

"Murieron haciendo frente al enemigo y este patético incompetente @realDonaldTrump no puede desafiar el tiempo para homenajear a los caídos", criticó en Twitter Nicholas Soames, nieto de Winston Churchill y miembro conservador en el Parlamento británico.

"Donald Trump se queja de tener que estar debajo de la lluvia (...) quizás porque no quiere despeinarse", tuiteó el grupo de veteranos de guerra estadounidenses.

A diferencia del presidente estadounidense, el jefe del gabinete de Trump, John Kelly, y su adjunto Joe Dunford sí que se desplazaron al cementerio de Bois Belleau, situado a unos 50 kilómetros al noreste de París.

El domingo está previsto que el mandatario republicano visite el cementerio estadounidense de Suresnes, en la periferia norte de París.

Trump también participará en el acto en el Arco de Triunfo de París, junto con otros 70 jefes de estado, para conmemorar el centenario del Armisticio, firmado el 11 de noviembre de 1918.


Al otro lado de la Historia.

        … la Revolución… no se detendrá ni aunque lluevan raíles de punta…
—7 de junio de 1959

Después, lo reiteraba a cada oportunidad, Valga decir ante cada reto. Para él la lluvia no era agua. Y tú oías tronar a lo lejos y sabía que estabas potencialmente frito. Un raíl de punta que te entre por el cráneo es como taladrar un mosquito. Pero había que estar guapo. Firmes ahí.

sábado, 20 de octubre de 2018

Anda, ve y dile

Enero de 1985 en el apartamento —frente al mar de La Habana— de Estrella,
la madre de Norberto. (Copyright © 1985. 2018 by Norberto Fuentes)

Dile que es un maricón

Por: Mauricio Rubio

El Espectador, Bogotá, Colombia, 18 de octubre de 2018.

Norberto Fuentes, escritor y periodista cubano, cuenta unos peculiares mandados que Gabriel García Márquez le hizo a Fidel Castro.

A sus 25 años, Fuentes ganó un premio literario con un ensayo sobre el Ejército cubano que enfureció al comandante y le costó un período de ostracismo. En 1971 fue acusado de conspirador, junto a otros escritores, por su amigo Heberto Padilla que terminó condenado por “actividades subversivas” y tuvo que reconocer su culpa públicamente. Después de ese incidente, que marcó el rompimiento de intelectuales de talla mundial con Castro, Fuentes se dedicó a escribir sobre Hemingway en Cuba. Publicó su trabajo con prólogo de García Márquez, donó el adelanto a las milicias y se convirtió en el escritor favorito del régimen.

Acompañó a las tropas cubanas en Angola, colaboró con los servicios secretos y traficó droga oficialmente. En 1989 rompió con la dictadura tras el fusilamiento de sus amigos Arnaldo Ochoa y Tony de la Guardia. Trató de huir, fue capturado, hizo huelga de hambre y se salvó gracias a García Márquez, a quien admira por su obra pero no por su relación con un tirano que “convirtió al escritor latinoamericano más importante en un muñeco en su mano”.

En 1999 publicó Dulces guerreros cubanos, que hace poco conseguí por fin a precio razonable. Es otra visión poco romántica del castrismo: paranoia con la seguridad, lujosos gustos de la cúpula, rivalidades intestinas, intervención política y armada en varios países, manipulación de diplomáticos y celebridades extranjeras. Me impresionó la reiterada presencia de Gabo en los relatos pero me decepcionó no encontrar infidencias sobre las relaciones del M-19 con Manuel Piñeiro, Barbarroja, zar del espionaje muy cercano a García Márquez, ni pormenores de la activa interferencia cubana en el conflicto colombiano opacada para la paz. Me enteré sin embargo de unos servicios de mensajería diplomática que el Nobel prestó ante dos de sus amigos por encargo del comandante.

Según Fuentes, en los 80 “Gabo ganó notoriedad extraliteraria en Cuba” al demostrar ser “un tipo de coraje” gracias a unas misiones encomendadas por Castro. “Había reservado su asiento de primera en Iberia y aterrizado en Madrid y se había dirigido para decirle a Felipe González que era un maricón”. Tal cual, el noble mandadero habría estado en la Moncloa para espetar: “Oye, Felipe, dice Fidel que tú eres un maricón”.

Era la época en que el gobernante español había hecho declaraciones a favor de prisioneros políticos cubanos que llevaban dos décadas tras las rejas, respaldando una campaña internacional para su liberación. A Castro le indignó esa interferencia en “asuntos internos de Cuba”. Por eso le puso la tarea a uno de los pocos escritores del boom latinoamericano insensible al asunto Padilla. “La nuestra es una amistad intelectual; cuando estamos juntos, hablamos de literatura”, habría dicho el Nobel contrariando el sentido común y numerosos testimonios.

No fue el único recado en esa diplomacia informal. El comandante también se molestó con la demora de Omar Torrijos para restablecer relaciones con Cuba. El general había pedido paciencia: las embajadas se abrirían pero necesitaba hacerlo a su ritmo, sin presiones. Pasaba el tiempo y nada. Cuando García Márquez fue a compartir su entusiasmo con la lucha de Torrijos por recuperar el canal, Castro le replicó: “¿Y Cuba?”. Se quejaba de que todos ignoraban su isla. “Ve para allá y dile que es un maricón. Que digo yo, que es un maricón. Y que lo va a seguir siendo mientras no haga relaciones, que él me las prometió”.

Los dos insólitos encargos convirtieron a García Márquez en un verdadero héroe entre la burocracia cubana. “En el Comité Central no se hablaba de otra cosa que de las exitosas misiones diplomáticas del colombiano. Esto ocurrió antes de que decidieran desinflar su aventura como presidente de Colombia”. Según Fuentes, “Gabo insistía en postularse. Pero La Habana no veía con buenos ojos ese proyecto presidenciable”. Como tampoco le dio luz verde a la paz del M-19 con Belisario Betancur (agrego esa información de buena fuente que esperaba corroborar con Fuentes).

El escritor anota que “el propio Gabo me hizo el cuento” remedando a González al recibir el recado. “Felipe se había asombrado. Y había abierto los brazos en señal de interrogación y había palidecido… En su momento, Torrijos también había palidecido”, le confirmó el célebre correveidile. Las arandelas del insulto fueron específicas por destinatario. Con Torrijos, relaciones rápidas y plenas. Con Felipe, “déjame a mí con mis presos”.

En el “Festival Gabo 2018” se reconoció la necesidad de que “medios y periodistas investiguen asuntos que no han tenido cubrimiento periodístico”. Los vínculos de García Márquez con Cuba, Torrijos, Nicaragua y el M-19 entran en el universo de asuntos silenciados del conflicto cuyas repercusiones sobrepasan las de este par de mariconadas.


sábado, 15 de septiembre de 2018


No es cierto.
Él no es Premio Casa.



viernes, 7 de septiembre de 2018

La Historia interminable

Por Camilo Egaña, CNN
Publicado a las 23:54 ET (03:54 GMT) Miércoles, 29 agosto, 2018. Tres fragmentos. Pulse aquí.


"Para Fidel Castro la literatura era propaganda"

El cubano exiliado Norberto Fuentes, escritor y periodista, dice que Fidel Castro veía la literatura como un instrumento de propaganda, sin embargo, era considerado un gran lector. En aquella época Fidel acusó a Norberto Fuentes de atacar el corazón de la revolución.


¿Qué opinaba Fidel Castro de los intelectuales?

El escritor y periodista Norberto Fuentes, tras escribir la biografía de Fidel Castro, cuenta cómo Castro estaba de acuerdo con la literatura y con los intelectuales, pero solamente si ellos estaban de acuerdo con su ideología. Además, agrega que el exmandatario cubano no era amigo de nadie, y vivía fascinado con aquellas personas que apoyaban la revolución.


¿Se deshizo Fidel Castro deliberadamente del Che Guevara?

Norberto Fuentes, escritor y periodista cubano, indica que Fidel Castro se deshizo deliberadamente del Che Guevara, conocido revolucionario argentino marxista, ya que el Che quiso llevarse a los hombres más fieles de Fidel Castro. El Che Guevara se entrega y así es como muere, dice Fuentes.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Jota Jota regresa
Norberto Fuentes, en defensa propia

Por J.J. Armas Marcelo


Me pasé gran parte del verano leyendo Plaza sitiada, un libro reivindicativo de sí mismo, de su actuación en Cuba en el caso Padilla, escrito por Norberto Fuentes. Casi 600 páginas vibrantes en defensa de sí mismo. Memoria, también documentada, escrita a la manera de Hemingway y, sobre todo, de la novela negra de siempre. El resultado estético, que es parte del mismo cantar, es muy brillante. El lector informado va reconociendo figuras, figurones y figuritas en las páginas del texto y se va informando de la visión de Fuentes sobre el asunto Padilla que él, el propio Fuentes, hace su caso en este libro. Su historia es la siguiente, grosso modo: gana el Casa de las Américas con un gran libro de cuentos, Condenados de Condado. Un libro que a Fidel Castro no le gusta y lo sentencia a sufrir. Castro, como dicen los cubanos, va a darle candela al autor, lo va a someter, en definitiva, “a descojonar”. De ahí en adelante, todo es G2, Seguridad del Estado y policías tras las huellas del “rebelde”. Luego viene el caso Padilla, la dichosa autocrítica del poeta, remedando los juicios estalinistas de Moscú, y la teatral actuación del poeta. Todo como ha previsto la cabeza de la serpiente, Fidel Castro. Pero Fuentes, uno de los citados por Padilla en su autocrítica habanera como cómplice suyo en las conspiraciones contrarrevolucionarias, se levanta en el acto y rechaza las acusaciones. La fiesta se termina y el “rebelde”, que no ha querido entender o no ha entendido lo que sucede y tenía que suceder, pasa a ser una pieza de cuidado, otro caso, al que hay que quebrar, partir, destruir.

El texto de Plaza sitiada explica, desde el punto de vista del autor, toda la intrahistoria de aquella época en Cuba, la guerra de Castro contra los intelectuales cubanos y los del mundo entero. Los más perjudicados en el libro, como me parece que no podía ser menos, son el poeta Heberto Padilla y el escritor chileno Jorge Edwards, encargado también en esos días por el gobierno de Allende de abrir la embajada de Chile en La Habana. Según Fuentes, ninguno de los dos se dio cuenta de lo que sucedía e iba a suceder, Edwards sería expulsado de La Habana por Fidel Castro y con Padilla se habría pactado la autocrítica, palabra por palabra, y después de un tiempo la salida de La Habana.

Norberto Fuentes los tilda a los dos de desmemoriados: memorialistas desmemoriados, escribe. Aquí me toca de cerca, porque en el caso de Edwards yo estaba en el despacho de Carlos Barral, en la calle Balmes de Barcelona, cuando llegaron los primeros ejemplares de Persona non grata (y lo leí de un tirón esa noche en mi hotel de la calle Santaló 8), y en el segundo caso porque fui yo quien contrató y publicó, como director editorial de Argos Vergara en la época de la que hablamos, La mala memoria de Heberto Padilla. Los dos, Edwards y Padilla, son objeto de análisis profundo por parte de Norberto Fuentes, que fue amigo de ellos, dentro y fuera de Cuba, porque él también terminó exiliado, tras haber sido el cronista de la guerra de Angola, el cronista de las hazañas de las tropas aliadas soviéticas y cubanas con Arnaldo Ochoa de comandante en jefe de las tropas del frente.

Valía la pena entretenerse y aprender leyendo este libro, que da una versión nueva de aquellos episodios que rompieron el idilio de los intelectuales europeos y Fidel Castro. Sólo que en el libro de Fuentes aparecen intenciones de Fidel Castro que hasta ahora no habían sido analizadas. Digo que no son juicios de valor por parte del autor, ni suposiciones que podrían construir su versión de una manera torticera: hay documentación suficiente para tener en cuenta la tesis de Fuentes y, además, su prosa es suya, una especie de cabalgada sobre un tigre desde la primera de las páginas del libro hasta la última. Profusión de documentos oficiales, cables, cartas, testimonios; multitud de documentos gráficos, fotografías, detalles olvidados, atenciones nuevas, diría yo que fotos casi inéditas que apabullan al lector y lo meten dentro de la historia que cuenta el texto con la misma pasión reflexiva con el que ha sido escrito, sin duda.

Norberto Fuentes: resulta que está vivo como persona y como escritor, y con una memoria y una prosa excelentes, y con un pensamiento fresco y profundo, y con una sensibilidad literaria extraordinaria. Resulta que, junto a Cabrera Infante, es el único escritor cubano que conozco que ha escrito más y mejor fuera de Cuba que cuando estaba en la isla. El resto se acabaron bastante cuando salieron a escribir a la libertad y lo hicieron mucho peor que cuando dentro de la isla eran protagonistas de su propia resistencia. Supongo que el libro de Norberto Fuentes será saludado por silencios clamorosos y pequeñas diatribas que tratarán de despreciar este nuevo texto sobre aquellos años grises de Cuba. Es igual lo que hagan unos y otros, el libro ya está escrito. Y leído. Y es excelente.

Publicado por J.J. Armas Marcelo el 29 de agosto de 2018 en El Cultural, el suplemento de El Mundo.

viernes, 31 de agosto de 2018

En el torbellino

Tomado del blog Toda la noche oyendo pasar pájaros del lunes 27 de agosto de 2018. Es un fragmento del texto homónimo de Pedro Schwarze y procede de un volumen de ensayos y documentos asociados a Plaza sitiada, próximo a publicarse.

En su artículo “El narrador en la tormenta revolucionaria”, el ya mítico crítico uruguayo Ángel Rama rompió con todo lo que hasta ese momento se había publicado sobre el llamado Caso Padilla, y le aportó una mirada fresca a la autocrítica del poeta cubano Heberto Padilla, la noche del 27 de abril de 1971, en la sede de la Unión de Escritores y Artista de Cuba (UNEAC), donde —tras permanecer detenido más de un mes— confesó ser antirrevolucionario e involucró a otros a escritores y amigos en sus mismos “crímenes”. Ese cuadro, especial y aparentemente cuidado, fue el detonante del quiebre de buena parte de la intelectualidad latinoamericana y europea con la Revolución Cubana. “Estaba produciéndose en tierras americanas una confesión místico-socialista que seguía puntualmente el modelo de las confesiones en los procesos de Moscú en los años treinta, la cual, según el penitente dijo al comenzar, había sido pedida por él mismo y obviamente aceptada por sus colegas”, escribió Ángel Rama al introducir en el tema.

Pero destacó que su foco no estaba en esa escena integral ni en su protagonista, sino “en un actor secundario, poco o mal iluminado por los flashes periodísticos, en el cual sin embargo se tipifica la problemática del narrador dentro del vertiginoso sucederse de una historia revolucionaria. Analizada con objetividad, al margen de la emocional polémica que rodea estos sucesos, es tarea que compete a la crítica, pues es su misma existencia la que en ella se cuestiona”. Padilla enlodó en su autoinculpación, entre otros a su mujer Belkis Cuza Malé, a Pablo Armado Fernández y a un joven Norberto Fuentes. Sin embargo, Fuentes, autor del libro de cuentos Condenados de Condado, con el que había ganado el premio Casa de las Américas en 1968, “a diferencia de los restantes escritores aludidos, se negó a hacer su autocrítica, reivindicó sus convicciones revolucionarias y se rehusó a convalidar las explicaciones espiritualistas de Padilla, las cuales, para mayor sorpresa, fueron aprobadas por los funcionarios culturales allí presentes”, describió Rama e insistió que “oponiéndose a la posición asumida por Padilla, Norberto Fuentes defendió su derecho a tener opiniones críticas sobre los organismos del Estado y sobre los diversos aspectos de la vida nacional, entendiendo que ése es un derecho de todo ciudadano y que es parte del normal debate sobre la ‘res pública’ que les compete”.

Una de los párrafos esenciales de “El narrador en la tormenta revolucionaria” es el momento cuando Ángel Rama planteó que si desde 1967, cuando ya Heberto Padilla comenzó a tener conflictos con las autoridades cubanas, se habló de un “Caso Padilla”, algo que se vino a “perfeccionar” con la autocrítica de 1971, “con igual razón habría que hablar de un caso estrictamente paralelo, el ‘Caso Fuentes”. Y subrayó que el silencio —en Cuba y fuera de la isla— en torno al “Caso Fuentes” se explicó por el hecho de que “no era utilizable por la guerra fría pues [Norberto] se declaraba revolucionario, no se ponía en contacto con los corresponsales extranjeros, etcétera. Hubiera correspondido al pensamiento de izquierda su consideración y el silencio que ha guardado es una acusación y un testimonio de su atraso”.

De los stills recuperados: Una fisura en el programa. Comienza el debate.

miércoles, 22 de agosto de 2018

EL PAÍS
“Heberto Padilla quiso ser el Solzhenitsyn de Cuba. Un error fatal”

El escritor Norberto Fuentes desgrana en ‘Plaza sitiada’ su versión de la famosa sesión de autocrítica forzada del poeta en 1971, en la que se vio involucrado.
PABLO DE LLANO

El escritor Norberto Fuentes, durante la entrevista. GIORGIO VIERA

Miami, 16 de agosto de 2018.- La última obra del escritor Norberto Fuentes (La Habana, 1943), Plaza sitiada (Cuarteles de Invierno), es una inmersión en la sesión de autocrítica a la que forzó en 1971 el régimen cubano al poeta Heberto Padilla, fallecido en el 2000 en el exilio en EE UU. La publicación de Fuera del juego en 1968 –con poemas como Para escribir en el álbum de un tirano o Cantan los nuevos césares– soliviantó a Fidel Castro y derivó tres años después en su detención y confinamiento en el centro de interrogatorios de la policía política.

Al salir, Padilla pronunció en la Unión de Escritores y Artistas un discurso de repudio a su propio libro y loa al sistema en el que acusó de desafectos a otros como el propio Fuentes, que se enzarzó in situ en una bronca con el poeta reivindicándose “revolucionario”.

El caso Padilla marcó el endurecimiento de la represión ideológica al mundo de la cultura y supuso la ruptura con Cuba de buena parte de la intelectualidad occidental –según el autor, “deliberadamente” buscada por Castro–. Fuentes siguió en la isla y en los años ochenta fue parte “del hardcore fidelista” (según escribió en Dulces guerreros cubanos, 1999), hasta que fue arrestado en 1989 durante la Causa 1 –el proceso que llevó al fusilamiento del general Ochoa– y terminó exiliándose en 1994.

En su casa de Miami, reflexiona sobre aquel episodio tras el que “todos se pusieron a llorar por Padilla, que en realidad fue una víctima de sí mismo” y él, a su juicio, quedó en el olvido “como un paria juzgado por extranjeros y cobardes de la intelectualidad criolla”.

Pregunta. ¿Por qué Fidel Castro decide lanzar su ataque a la intelectualidad?

Respuesta. Temía la posibilidad de tener en Cuba escritores disidentes de renombre internacional, como Alexandr Solzhenitsyn en la URSS. Decía que eso sería un caballo de Troya dentro de la revolución, que la bombardearían desde dentro. Y quería romper con los intelectuales occidentales que sentía que estaban monitoreando su proceso y que lo condicionaban ética y moralmente. A la vez le sirve como mensaje de adhesión a Moscú en un momento en que sus relaciones con los soviéticos no eran buenas: “Somos tan duros como ustedes. También metemos presos a nuestros intelectuales”, y en el que asomaba como alternativa la revolución pacífica de Allende en Chile.

P. ¿Cómo entendía Castro su relación con intelectuales y artistas?

R. Como con todo el mundo: mientras entraran por el aro, no había ningún problema. Para Fidel, como todo leninista, la cultura era un instrumento de la propaganda revolucionaria con un límite claro: “No me hagan contrarrevolución”. Era un límite elástico si lo sabías emplear. Pero Padilla, sencillamente, la jodió.

P. ¿Por qué?

R. Porque había estado en una URSS ya moralmente debilitada mamando una situación en la que los escritores e intelectuales armaban una cantidad de lío que Fidel Castro no iba a permitir en su joven revolución cubana. Eso aprende Padilla y considera que puede reproducirlo en Cuba. Quiso ser el Solzhenitsyn cubano. Fue un error fatal.

P. Pero la mecha, dice en el libro, la prende una obra suya, no de Padilla.

R. Sí, Condenados del Condado. Salió en el 68 unos meses antes que Fuera del juego. Fidel Castro lo leyó y al terminarlo lo tiró contra una pared. En aquel tiempo mi libro fue considerado el primer libro disidente que se hizo en Cuba. Es la primera obra de ficción sobre un episodio de la revolución que tiene un estilo crítico de la peor manera, con humor, y que refleja una realidad que nadie conocía, la Lucha contra bandidos [la persecución en los sesenta contra los alzados anticastristas en la sierra del Escambray]. Eso fue darle duro a la cadena del mono, y Fidel dijo: “Ojo, aquí viene algo”. Él le enseñó a la Seguridad del Estado que había que trabajar como los cristianos, por señales. Y mi libro fue una señal. Fidel dijo que me cogieran preso, pero mis amigos me defendieron –incluido el general Tomassevich, que era una figura sagrada en ese momento– y lo frenaron, aunque él les avisó: “Van a ver que esta mierda no para aquí. Tiempo al tiempo”. Tenía toda la baraja en su mano. Aún estaba esperando a ver qué pasaba.

El escritor Norberto Fuentes en su casa en Miami. GIORGIO VIERA

P. ¿Por qué explotó con Padilla y no con usted?

R. Yo conocía bien el terreno en el que me movía. Ya me habían jodido antes, sabía lo que tenía que hacer. No formar líos exógenos a la literatura, concentrarme en escribir, no salir de ahí. Pero Padilla quería un papel protagónico, dar conferencias, hacer grandes declamaciones, despachar con la prensa extranjera, ser el superintelectual crítico. Y se le fue de las manos. Los premios en 1968 de la Unión de Escritores a Fuera del Juego y Los siete contra Tebas [de Antón Arrufat] fueron la segunda y definitiva señal, aunque todavía Fidel deja esa bronca en stand by. Hasta que en 1971 reúne a la Seguridad del Estado y dice: “Comenzó la guerra contra los intelectuales. Hay que cortarles las patas ya”.

P. ¿Qué había echado a andar el espíritu crítico?

R. Pues que la gente había empezado a probar su fuerza, a tensar la cuerda por las influencias de la época. Ya se sabe qué pasa en Moscú. Se había publicado en Cuba a Isaac Bábel, Un día en la vida de Ivan Denisovich de Solzhenitsyn, y dijimos, “¡Coño, esto se puede hacer!”. Comenzamos a respirar, a tener visos de otra cosa. Los que no tenían talento, por supuesto, prefirieron seguir con la línea oficial, pero los que lo tenían querían intentar hacer cosas nuevas. Ahí Padilla encuentra un campo sin explorar, el de la discusión y el debate, y, como todo artista, quiere poner su pica en Flandes.

P. Y, finalmente, se vuelve el objetivo principal.

R. Sí, porque estaba desbocado. Yo le dije: “Heberto, muchacho, te están dando cuerda, te están dando cuerda”; pero no hacía caso, se sentía invulnerable. Y ya lo venían cocinando hace tiempo. Hasta le habían hecho un estudio de personalidad.

P. Usted sostiene que era el segundo en la fila.

R. Padilla tenía las instrucciones de la Seguridad del Estado de todos a los que tenía que nombrar en la autocrítica, y yo seguía siendo un objetivo por Condenados del Condado. Pero después de que él hace su discurso yo me niego a decir que soy contrarrevolucionario y armo el lío. Yo no tenía nada en contra de la revolución. No quería tumbar a ese gobierno. Yo era un escritor revolucionario que quería hacer literatura revolucionaria. Y eso estaba montado para que todos se autocriticasen.

P. En La mala memoria (1989), Padilla escribió: “Norberto Fuentes escenificó con brillantez el papel que la policía le había asignado”.

R. Y de alguna manera ha sido la tesis que prevaleció. A mí, como siempre se hace con respecto a Cuba, se me aplicó la óptica de los lugares comunes. No aceptaron que un escritor fuera revolucionario y no renegase de ello. Yo trato de explicarle al lector lo que pasó, hago el cuento de cómo yo viví las cosas y cómo las hice. Este es un libro que yo me debía a mí mismo.

P. ¿Cuándo se reencontraron en el exilio en EE UU, hablaron de lo que pasó?

R. No, nunca le toqué el tema. Estuvimos bastantes veces juntos e incluso planeamos hacer un libro entre los dos sobre el 1959 [año de la revolución cubana]. Heberto fue uno de mis mayores defensores para que yo saliera de Cuba y para mí era más importante agradecerle eso y mantener mi amistad con él. No quise revivir aquel muerto.

P. ¿Cómo cree que se sentiría leyendo este libro?

R. Mal, pero yo no soy el responsable de la cobardía de nadie. Heberto embarcó a mucha gente aquella noche. Lo que hizo no tiene nombre.

El Caso Padilla: la verdadera historia

Norberto Fuentes publica un libro sobre lo ocurrido durante la autocrítica del poeta Heberto Padilla en la UNEAC. La lectura de Rui Ferreira.



Lisboa.- Casi 47 años tuvimos que esperar para saber realmente lo que sucedió aquella noche del martes 27 de abril de 1971, en que Heberto Padilla decidió hacer una autocrítica en el local de la Unión de Escritores en La Habana. Y digo decidió porque, como queda claro en Plaza Sitiada, el nuevo libro de Norberto Fuentes, ha sido —¿fue?— un monólogo inicial que él, Padilla, presentó como voluntario y nunca tuvo el valor de admitir públicamente que fue presionado, seguido de un desastroso diálogo donde los voluntarismos (y lo digo por el imperante ambiente de “sálvense quien pueda”) lo transformaron en un intercambio en el cual Padilla dejó establecida una dudosa incertidumbre bajo el capote de militante intelectual; y que no fue más que un episodio llano, sobre el cual muchos de mis viejos amigos en la capital cubana todavía miran con cierta vergüenza revolucionaria, pero también con incredulidad. Hay cosas en la vida que no se dicen jamás, ni aún bajo la presión leninista.

Todas estas interioridades vienen de la mano del mayor de ellos: Norberto Fuentes. Aunque en el exilio, (y yo sé que hubiera deseado haberlo escrito adentro) en el libro Plaza Sitiada, “Norber” deja sentado que todo el proceso de la autocrítica de Padilla no fue más que el “mayor acto público de cobardía que registre la historia de Cuba”. ¡Y qué se levante el primer cubano que se considere un cobarde! Aquí o allá.

Es cierto. Nadie. Y de buen ánimo o voluntad, no se puede decir que la revolución cubana ha sido cobarde o temerosa. Equivocados o no, lo cierto es que sus dirigentes, en particular Fidel Castro, lograron llegar a donde quisieron y ningún intelectual pudo colocarlos a la defensiva, porque la revolución siempre supo estar un paso más allá. Lo admite el propio Padilla en la carta que le escribió a Fidel Castro, el 5 de abril de 1971, desde “Villa”.

“Yo no quería, incluso, que mi verdad fuera lo que realmente era. Yo prefería mi disfraz, mi apariencia, mis justificaciones, mis evasivas. Yo me había habituado a vivir en un juego engañoso y astuto. Yo no me atrevía a confesar lo innoble, la injusticia, lo indigna que era mi posición. Me faltaba realmente valor para hacerlo, pero al fin logré sobreponerme y puedo exponer con absoluta crudeza los verdaderos móviles de mi conducta, la falsedad de mis alardes críticos y de mi propia vida en la Revolución”.

Este nuevo libro de Norberto Fuentes tiene esa particularidad de contarnos lo que realmente pasó, sin que realmente le importe lo que piensan de él. (Me refiero al autor).

Lo importante es que habla de un incidente, bien puntual, de la revolución, que estuvo por décadas rodeado de misterio, pero que ahora acaba de resurgirnos como algo tan sencillo que muchos de nosotros, seguramente, nos preguntamos cómo no se nos ocurrió antes.

Norberto ha logrado con Plaza Sitiada, y no me propongo aquí hacer una crítica literaria, (aunque debo subrayar la forma en que describe el ambiente intelectual en esa época y que condujo al llamado “Proceso Padilla”) sino llamarlos a que lo lean, y constatar cómo logra dar el paso de periodista a historiador, sin dejar perfectamente establecida su postura de protagonista.

Lo importante: no se disculpa ni tiene porqué hacerlo. Estaríamos todos muy jodidos si le pidiéramos eso.

Pero como sabe de lo que habla, es duro. “No hay mejor desmentido a las memorias de Padilla (se refiere al libro de Heberto titulado La Mala Memoria) que la autocrítica de Padilla. Memorias que a su vez pretendieron ser el desmentido (aunque diferido) de su autocrítica. La clásica fórmula literaria de la serpiente que se muerde su cola, y en este caso, se autodevora”, enfatiza Fuentes en Plaza Sitiada.

Lo bueno del libro es que su autor no reniega de su pasado de protagonista, de sus momentos. Lo otro, aún mejor, es que deja establecida su verdad que, por décadas, la han vilipendiado por no escucharlo. Porque esa noche en la Unión de Escritores lo cierto es que fue el único que se asumió como revolucionario en medio de una pléyade de mudos y balbucientes. Todos terriblemente asustados.

Colgado por Rui Ferreira en CUBAENCUENTRO el 15 de agosto de 2018. Los dos fotogramas proceden del filme restringido de la noche de la autocrítica de Padilla.

Jota Jota cruza el Atlántico


(…) leo en los ratos libres de la FIL [Feria Internacional del Libro] de Lima un libro que aclara todos los errores y malentendidos del llamado “caso” Padilla, aquel poeta y amigo que cayó en desgracia en los años grises del castrismo. Muchos años después, y escapado del pelotón de fusilamiento, y cuando se retira de la Constitución cubana el término más hermoso, demoníaco y terrible de su texto (comunismo), Norberto Fuentes aparece en público con Plaza sitiada: ahí tienen ustedes, en esas páginas, historias e historias y muchas más historias, detalles, detalles y muchos más detalles, hasta los más secretos, aquel episodio lamentable que dura hasta hoy, lleno de reconcomios, andamiajes de enemistad y reconfortes de todo tipo.

“Lima entre libros” publicado por J.J. Armas Marcelo el día 2 de julio de 2018 en El Mundo (España). El recorte de Revolución del 14 de diciembre de 1959 es del archivo del autor.

miércoles, 25 de julio de 2018

Plaza sitiada

Estoy anunciando la publicación hoy de mi libro con toda la historia del famoso caso Padilla y mi intervención en este episodio de 1971, un volumen en el que además de mis memorias y del testimonio de participantes hasta ahora en las sombras, expongo una significativa cantidad de documentos inéditos que estuve recolectando durante años, incluidos informes y análisis de la Seguridad del Estado cubana, de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y de las cancillerías chilena y británica y bien reforzado este material con fotografías y facsímiles.

Es el tercer libro que me publica Cuarteles de Invierno, bajo la advocación de Pedro Schwarze.

La edición impresa se encuentra disponible en Amazon.

En los próximos días aterriza en Altamira Libros, de Coral Gables.
219 Miracle Mile
Coral Gables, FL 33134
Tel: (1-786) 717 5093

El proceso se conoce como caso Padilla y tuvo lugar en La Habana. En este libro, el narrador cubano Norberto Fuentes nos entrega su testimonio de aquellos días —en 1971— del arresto y posterior “autocrítica” del poeta Heberto Padilla, un episodio que todos los autores coinciden en señalar como el fin de la luna de miel de la intelectualidad occidental con la Revolución Cubana y, especialmente con su líder, el aún hoy mítico Fidel Castro. Un punto de giro tan dramático como insoslayable en la historia del comunismo cubano y del que Norberto Fuentes, precisamente, fue uno de los principales involucrados, pero sobre lo cual decidió guardar un inquebrantable silencio hasta el presente, cuando cree llegado el momento de “poner las cosas en su lugar”. Algo más que el testimonio de aquel episodio: este libro es también el retrato de un joven artista y su aprendizaje como escritor en una revolución.

lunes, 23 de julio de 2018

¿No eran siete las
maravillas del mundo?


Dice la doctora Niurka de la Torre, médica y sicóloga y que ejerce además como mujer mía, con absoluta resolución y sin que nadie se lo pregunte, out of the blue (como dicen los gringos), que las dos cosas más maravillosas del mundo —fíjense bien—: LAS DOS COSAS MÁS MARAVILLOSAS DEL MUNDO —y en este orden—, son: el mar y los trenes.

¿Entendieron?

El mar y los trenes.

“Los trenes”, dice. “Tú no sabes de dónde vienen ni a dónde van. Son misteriosos.”

Ningún argumento a favor del mar pese al primer lugar otorgado.

Hecha la declaración, la doctora se retira de la estancia. Va tarareando no sé qué tema de Sabina. Se me va en fade.

lunes, 2 de julio de 2018


miércoles, 9 de mayo de 2018

Beny y el melón

La foto es ajena al asunto que voy a tratar pero no encuentro una mejor con el Beny, que es el que aparece entre Jorge Dávila y yo, con el brazo derecho de Rui Ferreira recostado a su hombro y que es el sujeto de mirada más intensa dirigida hacia el foco de la cámara. Bueno, Jorge Dávila tiene una mirada con intensidad semejante, aunque parece un tanto asustado. O por lo menos descreído. El Beny, no. El Beny está ciertamente concentrado y hasta con una leve dureza de hitman antes de sacar la fuca y volarte los sesos. Y el hombre que ríe, vestido de blanco, es Adolfo Rivero, el más grande teórico marxista de nuestra generación. El fotógrafo es ahora un desconocido. El lugar también. Incluso la fecha. Pero es en Miami y todos somos cubanos exiliados, menos Rui, que es portugués. De los cinco, Adolfo fue el primero que abandonó, aunque no sin antes recibir la absolución de todos sus pecados de joven comunista de manos del ex representante federal Lincoln Díaz Balart, que fue hasta el sofoco de su oscuro apartamento para el menester. Quedamos pues, tres, y quizá cuatro porque hay que contar con el fotógrafo aunque no logremos recordar su nombre. El Beny. Ese fue el que abandonó el juego hoy [mayo 8], según me acaba de llamar Rui para informármelo. Bernardo Marqués Ravelo. 71 añitos y un talento feroz y la garganta blindada de un bebedor insaciable. Yo me divertía con el Beny lo que ustedes no tienen idea. Para empezar, nos prodigábamos todos los insultos existentes en la lengua castellana. Eso, siempre, para empezar. Y uno acudía a él invariablemente en busca de títulos. Una vez estaba haciendo algo sobre Hemingway (que no terminé, como suele ocurrirme) y no me convencía ningún nombre o etiqueta. Requería de la inclusión de tres nombres. Para mí resultaban imprescindibles: Hemingway, Cuba y Finca Vigía. Él, presto, con su desmedida audacia para manejar las palabras, las metió en la coctelera y la batió un poco. Miró hacia el techo y me dijo: “Finca Vigía o el olvido de Hemingway en Cuba”. “Coño, Beny”, le dije. “Eres un bestia.” “La tengo prohibida, Norber”, me dijo. “Prohibida.” “Bestia, bestia.” “Para que me respeten.” Otra vez se me designó para presentar la edición cubana de Crónica de una muerte anunciada, la novela de García Márquez, evento que tuvo lugar a las 12.05 PM del 17 de septiembre de 1981 en una venduta desmontable del Palacio de las Convenciones de La Habana donde se expendían libros en el transcurso del Encuentro de Intelectuales por la soberanía de los pueblos de nuestra América y mientras uno suspiraba por la novelista catalana Montserrat Roig que andaba paseándose por aquellos pasillos y fue publicado además —con un título de indudable presencia militar: “Una ráfaga de literatura”— en la edición de El Caimán Barbudo de noviembre del mismo año, y tengo anotado al pie del original de mi texto: “El conocido periodista, narrador, ensayista, articulista de fondo, crítico y poeta cubano Bernardo Marqués Ravelo colaboró en la redacción.” Más adelante, un nuevo evento de lectura pública: “El estilo necesario de la violencia”, la esforzada ponencia que desde su origen Reynaldo González, otro escritor cubano, comenzó a llamar “la quitancia de Norberto” presentada y/o leída o/y comenzada a leer a las 10.05 AM del 12 de diciembre de 1984 en el transcurso del Fórum de la Narrativa auspiciado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en el Palacio de las Convenciones de La Habana producida a solicitud del poeta Luis Pavón y, con esta otra nota al calce: “Redacción beneficiada por la colaboración del conocido etc. cubano Bernardo Marqués Ravelo, quien aprovechó una de las jornadas de concepción y escritura para tragarse un melón de la cuota del autor”. ¿Los melones estaban incluidos en la libreta de abastecimientos de aquellos años duros? Pues, sí, señores. Los distribuyeron una sola vez en Ciudad de La Habana en toda la historia de la Revolución Cubana. Y el mío se lo zampó Bernardo Marqués Ravelo, a quien venimos a llorar hoy. Dime, Beny, ¿cómo me está quedando este obituario? El mejor del mundo, muchacho. ¿Eh? Que yo también la tengo prohibida. Prohibidísima.

En las fotos de abajo, en Miami hace años, celebración en reducidísima familia de un cumpleaños de su mujer Rosa (al centro), con mi mujer Niurka y conmigo, ella y yo alternando la posición de la derecha.

viernes, 4 de mayo de 2018

Cassinga


El asalto fue el 4 de mayo de 1978. Lanzaron paracaidistas por la madrugada, los paracaídas quedaron colgando en las matas durante varios días. El Dr. Manuel Fuentes todavía tiene pedazos de tela de camuflaje y cordones no combustibles en su casa de La Habana. Era el campamento SWAPO de Cassinga, a unos 2 kilómetros de la base de blindados cubanos de Tchamutete. Un camino recto de tierra unía las dos instalaciones. Los SWAPO era el movimiento de liberación de Namibia y montaban sus campamentos en la vecina Angola, al norte de su territorio ocupado por Sudáfrica. El regimiento de blindados de Tchamutete era parte del contingente internacionalista cubano. Los angolanos apoyaban a los namibios y se descansaban en los cubanos. Los SWAPO estaban dislocados allí probablemente por la protección de la base. Al Dr. Fuentes le avisaron en su hospital, el “Agostinho Neto”, de Lubango, un hospital civil. Estaba a más de 200 kilómetros. El Dr. Fuentes era un burgués cuando triunfó la Revolución Cubana en 1959. Así debía aparecer en su expediente. “Origen burgués.” Pero voló de Lubango a Cassinga en un Piper Azteca. Tuvo que regresar por falta de combustible y porque nunca vieron los dos camiones con las luces para señalar la pista. Hasta que aclaró y por fin divisaron el campo. Las SADF —las tropas sudafricanas— cogieron a los namibios entre dos fuegos y los cercaron. Todo el tiempo tuvieron por lo menos un Mirage sobre la zona “dando candela” —según la expresión cubana, en este caso para decir abriendo fuego a tierra. Entraba un Mirage y salía otro. Cuando los namibios trataban de huir, los cogía el fuego del cerco. A las fuerzas que habían helidesembarcado por la mañana, el mando SADF las recogió en los mismos helicópteros Puma esa noche. Pero estuvieron dos o tres días más por la zona, quizá algunos hombres perdidos porque el Dr. Fuentes estuvo por las noches oyendo los Puma a lo lejos y viendo las luces fugaces y las bengalas de los rescates. Unos cubanitos salieron de Tchamutete con las antiaéreas del 14,5. Todos eran de Ciego de Ávila, un pueblo ganadero en el este de la isla, y los Mirage los barrieron. Mataron a catorce. Hubo otros con las manos quemadas de no soltar las cintas de proyectiles en el proceso de alimentación de sus ametralladoras.
El Dr. Fuentes usaba el poderoso anestésico Ketalar, de la Park Davis. Lo primero que hizo fue clasificar y discriminar un centenar de heridos sin salvación. Después debe haber hecho unas 50 amputaciones, todas con los mismos guantes e instrumental. Ningún herido profirió una queja. El Dr. Fuentes aprendió después que nada se graba más en la memoria que el silencio. El día 7 fue que comenzaron a llegar los An-26, los formidables turborreactores de la aviación soviética, para la evacuación y con personal médico militar. El Dr. Fuentes estuvo allí una semana. Le dieron una carta de reconocimiento. En Tchamutete lo que había era un urólogo, un otorrino y un médico general. Los utilizó a todos. Sobre la marcha los enseñó a amputar. A la distancia de un kilómetro y medio se divisaba la colina que llamaban la montaña de hierro, a la vera del camino de Tchamutete, donde estaba el puesto de observación cubano y desde donde enfrentaron a un Mirage. Los cohetes flechas portátiles no sirvieron para este combate. Quemaron como antorchas a unos cubanos que no supieron dispararlos.

ooOoo -----------------------(camino 2 kms) ----------------------------xxXxx
      [Tchamutete]                                                                                  [Cassinga]

                                             mmMmm
                                     [Montaña de hierro
                               con puesto de observación]

El Dr. Fuentes era el único vestido de civil en Cassinga. Llevó algún instrumental desde Lubango. Y su AKM y sus municiones. Lo más molesto eran esas moscas que enseguida ponían larvas en las heridas y los gusanos saliendo en pocas horas. Pero las mujeres SWAPO cantaban sus himnos de lucha y baldeaban las mesas de operaciones y enterraban la carne y los huesos cortados y lavaban la ropa. El Dr. Fuentes nunca regresó a Cassinga. La Revolución Cubana lo consideró suficientemente recompensado con la carta de reconocimiento. Quizá todavía le esté afectando el origen burgués.

Insertada: El cirujano Manuel Fuentes se adentra unos 300 kilómetros en el desierto de Mossamedes (Namibe) desde la base hospitalaria de Lubango, donde cumple su misión internacionalista de dos años. Quiere ver esta reliquia del período Jurásico. Una reliquia viva. Las prodigiosas Welwitschia mirabilis, con una existencia probada de hasta 1 500 años, solo se encuentran en esta franja de terreno fronterizo entre Angola y Namibia. Pese a la pobreza de la imagen, la pose del médico junto al objeto de su exploración es una de las escasas piezas africanas que atesora. Él todavía vive en La Habana y hoy es el 40 aniversario de la masacre de Cassinga. Nadie ha tocado en su puerta.

lunes, 23 de abril de 2018

Despacito

La mejor forma de la política. Sobremesa en la (siempre bien surtida) casa de los
pintores Aldo Menéndez e Ivonne Ferrer. La foto es de Regino Boti jr.,
a quien le estoy dedicando los libros.

De la columna de opinión “Cuba o Castro” (La Tercera, Santiago de Chile, sábado 21 de abril de 2018). Las negritas y los grandes tipos son de la versión digital:

¿Qué hará Díaz-Canel? Lo único que puede hacer, primero demostrar que es digno heredero colocándole una llave más al candado, para luego de unos años confirmar que lo es abriéndolo. Norberto Fuentes sostiene que la Revolución llegó al poder con los fusiles y solo lo resignará ante los fusiles, aunque sea una osadía, discrepo de su visión. Es demasiado épica para una revolución que hace mucho perdió esa condición, Cuba ya vivió la tragedia, es inevitable que ahora venga la comedia. Tal vez si evitar eso sea el mayor desafío del delfín, generando las condiciones para que el humo de los barbudos de Sierra Maestra se disuelva con dignidad a pesar de su fracaso.

¿Osado? ¿Pero cómo quién? ¿Cómo El Halcón Negro? ¿Cómo Tarzán?

El tono de bravuconada, de belicosa altanería, lo reconozco de inmediato como mío. ¿Pero solo así, fuera de contexto, out of the blue? Yo diría que falta algo. ¿Dónde está la catapulta? Reviso mi archivo. Es una entrevista de Tele13 Radio de Santiago de Chile del jueves 19 de abril.

E: Norberto, en su experiencia, en su mirada, ¿qué es lo que va a cambiar con este... con esta transición generacional?

NF: Te repito, yo creo que va a cambiar lo que tenga que cambiar. Es decir, eeeh, si tú miras el primero de enero del 59 [día del triunfo de la Revolución] al día de hoy, al, al, al 18, o 19 de abril del 2018, ellos han ido… eso es un proceso en progreso permanente. Ahí ha habido una dialéctica. Y sobre todo hay una voluntad de cambio. Ellos han cambiado muchísimo en los últimos 10 ó 12 años.

E: Ujum.

NF: Eeh. Yo creo que los cambios fundamentales se van a producir en la economía. Ahí no va a haber cambios, por lo pronto, en el poder, en, en… Lo que quiero decir es que la Revolución, o como se le quiera llamar, no va a entregar el poder. Este poder no se va a entregar nunca. La ilusión que tienen los adversarios de ese proceso, sus enemigos, de que ellos [se] entreguen, eso no va a ocurrir. Ellos tomaron el poder por las armas, y hay que quitárselo por las armas. Cuando esa generación pase, esta nueva generación que viene va a hacer los cambios que a ellos les interesa hacer. Porque además, nada se los puede impedir. Nada se los puede impedir. Yo creo que son mucho más eeh… reacios, mucho más duros, mucho más eeeh… empecinados en posiciones eeeh… en sus posiciones, los enemigos de la Revolución, que los revolucionarios.

La grabación completa de la entrevista aquí.

viernes, 13 de abril de 2018

La generación perdida

Con Silvio, en La Habana. Circa marzo de 1984. El Winchester recostado a
la pared lo reconozco como mío. Pero otros objetos y el entorno son ajenos
a mi memoria. El café, desde luego, no lo he servido yo. Lo delata el detalle de
la taza y el platico. Silvio parece estar sentado en una silla plegable, de las
que se llevan a la playa. Yo no acabo de descifrar sobre qué tipo de tareco
estoy sentado. La imagen es una instantánea Polaroid y
el tiempo comienza a vencerla.

Con Alberto Batista “Ton” en el trasbordador de Isla Gobernadora, Nueva York.
Enero de 2000.

Mensajes recibidos y enviados el 5 de septiembre de 2008.

Del Ton:

Norber:

Te envíé ese texto (hecho a "vuela pluma") escrito para una muchacha que Silvio me envió y que preparaba un libro sobre él. Su propósito era sólo informativo, no literario. Te lo envié para que te divirtieras un poco con nuestro Bunder Pacheco. Si algún día lo publico tengo que introducirle unos cuantos arreglos, de todo tipo, incluyendo datos que se me pasaron en ese momento. En cuanto a colgarlo en la WEB, ESO ME HORRORIZA. La WEB es lo más alejado de la literatura que puede imaginar alguien que escribe. Para mí publicar es en tinta, SOBRE PAPEL, no en el ciberespacio.

Un abrazo

Un Ton fiel a los métodos clásicos de la literatura

De “Norber”:

Te entiendo y te apoyo, Ton. Pero me había embullado con verlo circular ya. Sé que iba a causar un gran impacto. Yo tomo la WEB igual que un periódico: un lugar donde se publican cosas en primera instancia. Luego, las joyitas, las guardo para los libros. Sirve para mantener tu nombre en circulación y para llamar la atención. Sobre todo cuando es un material tan bárbaro como éste y que toca un tema de interés tan popular. Es muy novedoso tu trabajo, Toncito. Desde luego que lo conocía. Pero lo he leído ahora como si fuera nuevo. De todas maneras te lo devuelvo con algunos señalamientos que tendría que explicarte por teléfono. Un ruego a nivel de socio: mejora la imagen de Papito. No hay que quitar nada de lo que has puesto. Pero quizá en la zona del episodio con Bola de Nieve, agregar algo de que todos éramos igual de extremistas (en definitiva Papito no estaba haciendo otra cosa que cumplir órdenes) y que lo asombroso es que, con el paso de los años, el que persiguió a Papito fue Silvio. Silvio el extremista persigue a Papito el militante. Una última cosa: yo lo dividiría en dos partes: la primera llegaría hasta más o menos cuando lo botan y me mencionas, y la otra toda esa sección sobre el uso de las luces y de las técnicas televisión para poder vender el producto Silvio. Ah, y no te diluyas en el nos mayestático. Pon siempre yo. Finalmente: váyase a templar, viejo cabrón.

Nota: “Ton” era el mote que yo le había endilgado a Alberto Batista Reyes desde mediados de los 70, durante nuestra época de estudiantes del Curso para Trabajadores de la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana, y que él aceptaba de buen grado. “¿De dónde viene el vocablo, Albert?”, yo le preguntaba. “De Albertón, Norber. Ton es la contracción de Albertón”, él me respondía. Por otro lado, “templar” es una forma común y veladamente aceptada en sociedad de designar la acción de copular, ergo, fornicar. Que sea un insulto o no depende de a quién se le dice y cómo se le dice. El lugar del corte propuesto para dividir el trabajo en dos textos está señalado con tres asteriscos en la presente exposición. Extrañamente el escrito elude el nombre de Luis Agüero, uno de los guionistas del programa, que también renunció ese día a continuar en su nómina. La pieza de Alberto del 19 de abril de 1992 producida en El Vedado, La Habana, sobre Silvio Rodríguez.


SILVIO EN MIENTRAS TANTO

El primer gran impulso del autor e intérprete Silvio Rodríguez, a través de los medios de comunicación, tuvo lugar en el programa de televisión cubana Mientras tanto, en el canal 4, donde su rostro y guitarra se vieron semanalmente a lo largo de varios meses de 1968.

Fue un hecho insólito en la historia de la música cubana: la televisión se convirtió durante ese período en la única vía para que este creador difundiera su obra: sus discos no se grababan y sus canciones apenas se transmitían por la radio. La televisión usualmente aprovecha la popularidad de un artista, pero en este caso la mostró y alimentó, hasta imponerla culturalmente a la industria del disco y a la programación radial años después.

El programa fue, además, el primer exponente importante y coherente de un artista y de un grupo de colaboradores y creadores, por encontrarle espacio a una nueva visión del mundo y de las expresiones de sus interpretaciones individuales, sin el sello de falsa unanimidad exigido usualmente por quienes ideologizan el arte para beneficio partidista.

Esa lucha, tenacidad y seguridad en el triunfo de la renovación artística de un sector de esa generación partió de Mientras tanto. La dirección del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICR) la acababa de asumir un comandante guerrillero —Jorge Serguera Riverí— y le habían asignado el objetivo de introducir algunos cambios sustanciales en la programación cultural, histórica e informativa de los medios de comunicación televisivo y radial.

Se creó un ambiente de esperanza entre actores, directores, productores y técnicos del medio; esto contribuyó mucho a insuflarle aires rejuvenecedores al ICR durante esos primeros meses e impulsó la ilusión de que lo estético prevalecería sobre la arbitrariedad y los caprichos políticos.

El nuevo presidente del ICR llegaba con todo el pensamiento de la autoridad de su trayectoria política; tenía, además, algunas inquietudes culturales. Conocía también sus limitaciones personales para realizar esa tarea de cambio y buscó apoyo en un grupo de jóvenes profesores e instructores del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana.

El Departamento de Filosofía estaba formado en ese momento por profesionales muy vinculados a distintas esferas culturales y políticas del país en los sectores del libro, información internacional, relaciones exteriores, economía, entre otros. Un grupo de seis miembros fuimos a trabajar al ICR.

No estaba muy claro para nosotros cómo unos estudiosos de la filosofía, de la historia de las ideas y de la economía podían ayudar en un medio totalmente ajeno a nuestra actividad teórica. Se nos dijo que desarrollaríamos una función cultural-ideológica, es decir, evitar que en la programación se "deslizaran" elementos peligrosos u ofensivos a la moral revolucionaria. Naturalmente, la explicación aumentaba las dudas en lugar de despejarlas; era un tipo de censura donde prevalecía un alto nivel de subjetivismo y de situaciones coyunturales donde era imposible delimitar "lo bueno" de "lo malo", establecer una tabla racional para evaluar una cosa u la otra.

Decidí dedicarme a la programación musical, pensaba que mi juventud —22 años— y conocimientos de los ritmos e intérpretes de moda podían ayudarme a enfrentarme con ese mundo.

La ausencia de conocimiento y experiencia técnica en la televisión y en la radio la fuimos supliendo con la ayuda de especialistas. La mayoría ocupamos un cargo que existía en ese momento —Productor de Mesa—, encargado de aprobar libretos, gestionar aspectos de su financiación y realización, coordinar actividades artísticas, técnicas y económicas de cada programa. La política de difusión estaba caracterizada por normas arbitrarias y absurdas relacionadas con textos y ritmos "políticamente correctos". La primera canción que llegó a Cuba de Juan Manuel Serrat —Poco antes de que den las diez— fue sometida a largos debates porque la letra "estimulaba que las jovencitas se escaparan de las casas con sus enamorados".

El programa musical de mayor audiencia nacional —Nocturno—, transmitido por Radio Progreso, sostenía una batalla solitaria en medio de ataques e incomprensiones en su lucha por radiar All You Need Is Love o Yesterday.

The Beatles no podían transmitirse por las emisoras nacionales, pero no por sus letras, sino porque "tenían el pelo largo y su ritmo alocado exaltaba bajas pasiones en la juventud". El nuevo presidente del ICR mantuvo durante algún tiempo la postura oficial de que el timbre musical de este cuarteto era "diversionista". Meses después se logró autorización para difundir algunas canciones por la radio, pero continuó vigente la prohibición en las pantallas porque "la televisión revolucionaria no debe contribuir con su imagen a imponer una moda decadente".

Hubo muchas discusiones para intentar convencer que la música era bastante refractaria al calificativo de "diversionista" o de que el pelo largo era un aporte de los guerrilleros de Fidel Castro en la Sierra Maestra a la moda contemporánea y que The Beatles heredaban de ellos lo del pelo largo, como los guerrilleros de Venezuela o Guatemala habían heredado la lucha armada de las montañas cubanas.

Una instrucción escrita establecía la obligatoriedad de mantener un balance de un 70% para la música cubana y un 30% para la extranjera. Muy pocos programas musicales estaban exentos de esta norma —Nocturno, por ejemplo— y los productores frecuentemente se vengaban del esquematismo con la programación de música de mala calidad, para hacer muy evidente la medida y que los oyentes protestaran. Los directores de programas radiales afirmaban que la música nacional "no prendía", "no pegaba" en la audiencia. Era un círculo vicioso muy peligroso para la difusión del patrimonio musical nacional. La raíz de todo radicaba en los métodos impositivos, en la incapacidad de lograr la motivación genuina de quienes trabajaban en la difusión de la música.

El país había descendido en el reflejo de la música cubana hasta niveles alarmantes. Fue en este contexto en que se comenzó a pensar en programas dedicados íntegramente a intérpretes nacionales, demostrar que la calidad propia podía gustar masiva y espontáneamente, sin mecanismos administrativos ni métodos de cuartel.

Silvio empezaba a cantar sus canciones. Su trabajo con la música podría demostrar la validez de la tesis de los valores nacionales. Pero había otra razón muy importante: las canciones de Silvio encarnaban, a través de sus letras, una búsqueda de espacio para el nuevo pensamiento renovador que se gestaba en la sociedad cubana. Pensamiento que también ya brotaba en algunos cuentos y poesías de la época.

Surgió la propuesta de hacer un programa con sus canciones e igualmente aparecieron varios cuestionamientos escépticos: ¿Un programa con alguien tan joven, con letras tan raras, sin arreglos orquestales y a fuerza de guitarra?

El criterio de "letras raras" fue el primer gran escollo. Silvio transmitía temas universales como el amor y las relaciones humanas, con nuevas imágenes y metáforas; esto iba en contra de la costumbre y la interpretación convencional de asimilar las letras de contenidos directos que no requerían de ningún esfuerzo mental para ser captados. Los funcionarios extendían su incapacidad de comprensión hacia los millones de cubanos que escucharían a Silvio.

La inexistencia de arreglos orquestales era más fácil de resolver. La orquesta del ICR realizaría semanalmente una o dos grabaciones que alternarían con las interpretaciones con guitarra. Casi nadie aceptaba que alguien pudiera gustar solamente a base de cuerdas y menos con "letras raras".

Un tercer temor era la aparición de un rostro joven en la televisión. ¿Y si traiciona políticamente? ¿Y si se convierte en una figura nacional y luego resulta problemático? Pero se reclamó tener la misma posibilidad que Hollywood, de crear estrellas y luego imponerlas en el mundo. Hubo que sentenciar, con tono serio de comisario político de barricada, que "el proletariado también debe tener su derecho a impulsar figuras en el arte".

Armando Romeu y Roberto Valdés Arnau ayudaron mucho en la empresa de impulsar el programa. Aunque no coincidían con muchos de los nuevos criterios y experimentos —Valdés Arnau, por ejemplo, siempre decía "esas canciones son demasiado espiritistas"— consideraron que el intento debía hacerse. Aún cuando preferían alguna opción distinta, trabajaban con honestidad y dedicación en aras de ayudar a desbrozar nuevos caminos. Pero el gran impulsor fue [el músico] Federico Smith. Fue el único que confió conceptualmente en el proyecto. Los demás lo hacían un poco por disciplina, Federico lo hacía por convicción.

La música cubana necesitaba rostros diferentes y valía la pena correr el riesgo de fracasar en algunos intentos. Estos tres músicos hicieron sugerencias valiosas, orientaron arreglos con determinadas canciones que contribuían a alcanzar los objetivos propuestos.

Teníamos el diseño del programa en su idea general, pero había que materializarlo. Lo primero era el nombre. Al poeta Víctor Casaus —[primer] guionista del programa— le gustaba ¡Qué volá!, una expresión popular de moda; trataba de buscarle informalidad y frescura, evitar el acartonamiento usual. A Silvio le pareció atractivo. Sin embargo, adoptar ese nombre, o uno en la misma cuerda, equivalía a identificar un término populachero con un contenido nuevo y distinto. Finalmente prevaleció el criterio de extraer el nombre del programa de los mismos textos de las canciones de Silvio, con una música que sería, además, el tema de presentación.

Silvio tenía una libreta vieja y destartalada donde escribía el texto de sus canciones. Nos pasamos varias jornadas analizando sus letras. Buscábamos que su voz individual se ajustara a la posición común de defender la búsqueda de un nuevo lenguaje, de reclamar un lugar en la difusión de las ideas. En esto el arte de Silvio era un exponente perfecto.

Se seleccionó Mientras tanto, un texto con intención de declaración de principio sobre el derecho a romper las barreras del dogma, de reflejar la vida en el arte, de no hacer tema tabú "yo tengo que hablar, tengo que vivir, tengo que decir lo que he de pensar", afirmaba la canción.

El programa cerraría con Y nada más, era tal vez menos agresiva —por llamarla de alguna forma— pero no menos inocente, al narrar cómo la vida siempre repite problemas similares, conflictos, dramas, pero que la fuerza de la realidad siempre triunfa "somos un diminuto instante inmerso en el vivir".

El guionista Víctor Casaus traía las ideas generales, la estructura y muchos detalles. Entre [el realizador] Eduardo Moya, Silvio y yo tratábamos de ampliarlo, encontrar variantes, detectar hechos de la vida cultural del momento que pudieran incorporarse. Insistimos en la participación de valores verdaderos en el programa, eliminar expresiones de la subcultura. Había muchos talentos jóvenes en el país, sin oportunidades de difusión, que podían tener su espacio. La estructura general del programa era la siguiente:

La canción Mientras tanto se escuchaba en off mientras la imagen de Silvio, o cualquier otra relacionada con el programa del día, aparecía en pantalla. Se utilizaba ocasionalmente caricaturas o canciones ilustradas con fotos, María, por ejemplo, fue un texto de Silvio dedicado a su hermana. La pensábamos ilustrar con fotos de María en La Habana Vieja, queríamos mostrar la arquitectura, las calles y el ambiente de la ciudad como habitat hermoso para sus moradores, pero nos percatamos que el texto —de cierto tono melancólico— reclamaba expresiones del rostro, estados anímicos de María y lo que hoy se llamaría Video Clip se hizo a base de close up y dejamos la arquitectura para una ocasión posterior.

Los intérpretes invitados cantaban sus propias canciones, pero algunas veces interpretaban alguna de Silvio, porque queríamos contribuir con eso a que figuras importantes o más o menos conocidas, contribuyeran a difundir su música. Leo Brower hizo un arreglo de Es sed para Yolanda Brito. A Silvio no le gustaba mucho esa canción, sin embargo fue posiblemente la primera que se hizo muy popular entre los niños, entre otras cosas, por el texto que narraba la historia de "una vieja bruja amiga mía".

Es sed tuvo una importancia adicional. Hizo que Leo Brower conociera mucho más de cerca la obra de Silvio y eso abrió el camino para que se convirtiera años después en una estimable ayuda en la formación y desarrollo musical de Silvio cuando este pasó a trabajar al Instituto de Artes e Industria Cinematográficos (ICAIC).

Muchas figuras relevantes participaron en el programa. Poetas, narradores, pintores, distintos exponentes de la vida nacional. Desde luego, los intérpretes eran quienes más participaban. Hubo un curioso incidente con [el cantante] Bola de Nieve en la única vez en que tomó parte del programa.

Una regulación del ICR estipulaba que una misma figura —aunque fuera importante— no podía aparecer en dos programas en el mismo día. A Bola lo habían llamado para Mientras tanto y, a la vez, para otro programa musical. Pero Bola conocía la regulación y se percató que, por error, no la habían señalado la repetición de su imagen en televisión en un mismo día.

Bola cantaba en el restaurante El Monseñor, a tres cuadras del estudio 19 del [edificio] Focsa, donde se hacían los programas musicales de grandes producciones. Una tarde viene a verme a este estudio. Cuando Bola llega, el presidente del ICR, Jorge Serguera, hablaba con el músico Felipe Dulzaide. El comandante le aconsejaba que introdujera una trompeta china en algunos números del grupo musical para que se oyera mejor, fuera "más pegajoso", se acercara más a las raíces de la música cubana, a la vez que se alejaba del jazz, "tan poco criollo".

Felipe, escuchaba atentamente, de lo más caballeroso, pero serio; discrepaba amablemente mientras a unos pasos Bola de Nieve escuchaba azorado. Cuando la conversación terminó, Bola se me acerca y comenta el hecho de que había sido citado para dos programas en el mismo día, "pero si tengo que escoger, prefiero el programa del muchacho con la guitarra. Me gustaría verlo cantar".

El día de la transmisión, en el estudio de Mazón y San Miguel, Bola se sienta aparte, en el lunetario del set. Escucha atentamente a Silvio. Cuando el programa termina lo acompaño hasta la puerta y allí me dice: "este muchacho escogió un camino propio, es distinto a los demás, puede ser un gran artista". Entonces sonríe pícaramente y comenta: "¡Pero ojalá que los señores de la televisión no lo obliguen a cantar con la trompeta china!".

Mientras tanto reflejaba también el mundo literario. Un joven periodista de 24 años —Norberto Fuentes— ganó el concurso Casa de las Américas 1968 con el libro de cuentos Condenados del Condado. Silvio y Norberto habían trabajado juntos en la revista Mella y surgió la idea de emplear textos del libro de Norberto en el programa.

El programa tenía la espada de Damócles de la suspensión sobre su cabeza en esos días. Me habían insistido, una vez más, que le comunicara a Silvio que se pelara. Yo sencillamente le decía: "Silvio, me dijeron que te dijera que te pelaras". Los dos nos molestábamos un poco, sonreíamos y todo quedaba ahí.

Silvio se emparejaba el pelo de vez en cuando, pero conservaba un largo peligroso para las normas del ICR; el pelo estaba siempre en la frontera entre lo largo y lo corto y, por lo tanto, cruzaba muy rápidamente ese límite. Eran los días en que constituía un verdadero peligro que Silvio apareciera en el edificio del ICR o en un lugar público donde lo viera algunos de los encargados de custodiar el largo de las cabelleras que aparecían en televisión.

Habían visto a Silvio con el pelo un poco largo en el restaurante Polinesio, frente al edificio del ICR. Me llamaron y, a nombre del "Comandante" trataron de convencerme de que fuera "dialéctico" y "comprensivo" ante la necesidad de disminuir unos centímetros el cabello de Silvio en aras de la "pureza visual de los televidentes". Fue una última advertencia.

La situación se tornaba más borrascosa porque en el programa anterior Silvio había cometido el "sacrilegio" de expresar públicamente su admiración por The Beatles —en un comentario completamente incidental. Eso era objeto aún de "profundas reflexiones" para determinar alguna medida "ejemplarizante" ante la "insólita" declaración pública de un cantante cubano, a través de un medio de comunicación revolucionario, hacia un grupo decadente.

Silvio llegó al estudio con su cabellera. En realidad muy lejos de asemejarse a la de algún Beatle porque ya tenía bastante avanzada las señales iniciales de calvicie. Pero una parte del pelo le cubría una porción de la oreja, eso lo detectó alguien e inmediatamente me llamaron a la cabina del estudio.

Yo estaba enfrascado con los efectos de las luces y los tiros de cámara del realizador Eduardo Moya. Norberto Fuentes leía sus fragmentos de cuentos en medio del set. Suena el teléfono y recibo la orden de suspensión temporal del programa, con la exigencia de que el programa saliera al aire, pero sin Silvio.

La orden me pareció tan absurda que pedí que me la repitieran. Y efectivamente, Mientras tanto debía salir al aire sin Silvio, "deja sólo la música de presentación y despedida, el resto rellénalo con otros artistas", insistieron desde la oficina de dirección del ICR.

Abro el micrófono del estudio y le explico a Norberto Fuentes lo que ocurre y este, con un gesto de Quijote medieval ante los atropellos a Dulcinea, cierra bruscamente el guión, mira hacia la cabina y me dice: "Si a Silvio lo suspenden por sus pelos largos, yo no puedo poner a uno de mis personajes —a Bunder Pacheco— un militar calvo, de bate emergente" y abandonó el set.

El ángulo problemático del programa era su aspecto técnico, los ardides y trucos para enmascarar el pelo largo de Silvio y sus zapatos. Su único par de zapatos era de piel rústica, del mismo modelo usado por trabajadores de la construcción y cortadores de caña.

El primer conflicto con Mientras tanto ocurrió cuando esos zapatos salieron en la televisión. Me llamaron y preguntaron por "esa monstruosidad". Respondí que Silvio no tenía otros zapatos, ni dinero ni posibilidades de comprar otros —ganaba unas pocas decenas de pesos por cada programa de televisión. Yo no podía regalarles unos míos porque calzábamos números distintos y, además, yo también sólo tenía un par. Me aconsejaron "pedirlos al Departamento de utilería". Insistían en que "con esos zapatos no se puede aparecer en televisión porque perjudica la imagen de la revolución".

Era difícil aceptar cómo un simple par de zapatos, un poco maltratados por el uso, podían convertirse en enemigos de clase del proletariado. Sin embargo, la realidad era que su existencia provocaba nerviosismo y alteración en los funcionarios superiores. Pensé que la solución podía estar en las luces y en los tiros de cámara…

* * *

Y fui a ver al director Amaury Pérez. Amaury nos ayudó mucho para conocer la técnica de la televisión. Quienes veníamos del Departamento de Filosofía nos percatamos al instante que sin el conocimiento de la técnica era imposible lograr éxito en un cambio estético de la televisión. Y Amaury nos mostró ese camino. Durante varias semanas, después de terminada la programación diaria, íbamos con él a los estudios de Mazón y San Miguel a aprender elementos básicos de esa técnica.

Pero las luces fueron quienes me hicieron acercarme más a Amaury. Me señaló algunos recursos que podían emplearse para ocultar el pelo y los zapatos de Silvio. Me regaló un libro que todavía conservo —Manual del director de televisión publicado por la CMW— y eso me permitió introducirme técnicamente en los problemas de iluminación del programa y tratar de ayudar al director Moya en sus esfuerzos por enmascarar los atributos de Silvio "no televisables".

Durante la transmisión del programa el luminotécnico —o diseñador de luces, como lo llaman ahora— era frecuentemente el hombre clave. Los programas eran en vivo, no había oportunidad para la equivocación. El error salía al aire. Intentamos muchas veces tener un luminotécnico estable, pero el sistema de rotación de los técnicos lo hacía imposible.

En el guión de transmisión había que tener sumo cuidado con las luces y con los tiros de cámara. Y no por razones artísticas precisamente.

La luz del leko-lie producía un haz intenso y definía demasiado a las figuras, era, por lo tanto, sumamente peligrosa. Seguir a Silvio con esa luz mientras cantaba, mostraba y exageraba su problemática cabellera. La luz rimmer (de contorno) era igualmente conflictiva. Había que buscar una consistencia en la iluminación que captara la figura de Silvio y ocultara discretamente "sus defectos", capaz de atenuar el largo del pelo y borrar la textura de sus zapatos. El dolly-back se usaba con limitaciones. Al alejarse abruptamente la cámara, era casi seguro que sacara al aire los zapatos.

El play-back o música grabada sólo se usaba cuando no había arreglos orquestales disponibles o algún intérprete no deseaba correr los riesgos de la transmisión directa. Silvio cantaba casi siempre en vivo, con su guitarra. Nosotros preferíamos los programas en vivo. Las posibles imperfecciones técnicas del intérprete en alguna canción se compensaban con ese esfuerzo real y natural con que ejecutaban su música; eso los acercaba más a ese diálogo vital y directo con el público, propio del teatro.

Eduardo Moya tenía que trabajar con el switcher de la cabina bajo una presión poco acostumbrada en la televisión de entonces. Nuestros peligros estaban fuera de textos con "problemas ideológicos", de argumentos alegóricos con críticas al sistema, como a veces ocurría con otros programas. El conflicto de Mientras tanto estaba en la cabeza y en los pies de Silvio. Del ensayo y de las habilidades encubridoras de Moya dependía la protección contra la suspensión. Y Moya demostró, invariablemente, pericia y dominio en cada plano que salía al aire.

Estábamos imposibilitados de hacer experimentos formales, debíamos atender exclusivamente a los aspectos que garantizaran la permanencia de las canciones de Silvio en la televisión. Si hoy pudiéramos repasar los videos de aquella época —los Kinescopios— seguramente descubriríamos la cantidad de secuencias tan limitadas y pobres que lanzábamos al aire para vadear la suspensión. Cuando el luminotécnico conectaba las luces, yo, entre luz y luz, iba desde el set hasta la cabina y observaba cómo televisaba. Caminé decenas de millas en estas operaciones, tendientes a encubrir la realidad visual para defender y poder transmitir la realidad del contenido.

La escenografía era sencilla: generalmente un backing (panel) de colores claros, sin adornos o el ciclorama negro (una cortina detrás). A veces se utilizaban objetos que, más que ambientar, tenían fuerza propia: plantas, muebles de época, figuras escultóricas.

Todo esto se hacía en un set donde trabajaban dos cámaras; mientras una transmitía, la otra preparaba la toma siguiente.

Algo importante del programa era el tipo de público que se fue formando a su alrededor. El espacio musical recogía la necesidad del sentir de muchos jóvenes, ansiosos por encontrar en su propio país una imagen afín en sensibilidad y además contestataria contra lo absurdo que ya comenzaba a constituirse en elemento constante de la vida cotidiana. Era un toque distinto en la televisión. Por eso era también un foco de conflictos. Se transmitía por un canal de menos rango en audiencia —el canal 4, que no se veía en la zona oriental del país—, pero no tenía competidor de calidad en ese horario y se comenzaba a imponer.

Paradójicamente, Mientras tanto acabó cuando se inició el despliegue masivo de Silvio. Cuando se suponía que se había logrado el objetivo de ofrecer calidad y cubanía para el conocimiento y disfrute de su público. Razonamientos esquemáticos dieron fin al programa. Silvio y algunas de sus canciones provocaron el terror en funcionarios que, desgraciadamente, tenían el poder de monopolizar los medios de comunicación e imponer a la población sus deformaciones espirituales, temores ideológicos y limitaciones intelectuales.

Las canciones de Silvio pasaron a convertirse en "problemáticas y conflictivas". Comenzaron a radiarse menos o no se radiaban. Se operó un proceso curioso: cuando no se conocían, fueron difundidas por la televisión y la radio; pero tan pronto se conocieron, fueron prohibidas o limitadas. Una pregunta se convirtió en usual en los estudios de música: ¿Silvio sigue prohibido?

Con esta atmósfera, cargada de polémicas constantes, era lógico que el ICR no prolongara por mucho tiempo la tolerancia con esas manzanas de las discordias de los programas musicales y mis naves pusieron proa hacia las aguas del Jordán de entonces: los campos agrícolas de Camagüey, en una organización con cincuenta mil jóvenes volcados en esos campos para no pasar el Servicio Militar Obligatorio: La Columna Juvenil del Centenario.

Me llevé todas las copias de grabaciones de Mientras tanto y fueron las primeras canciones que programé en el espacio musical de La Columna Juvenil del Centenario. Silvio le siguió cantando a los camagüeyanos, muchos lo conocían por Mientras tanto. Aquí estaba materializado uno de los objetivos del programa: su difusión. Parte de nuestra cultura había ocupado su espacio y encontraba receptores agradecidos. No existía tal frontera de lo "raro" en las letras. Las carencias e incomprensiones individuales se las habían querido atribuir al público funcionarios semianalfabetos.

Continué con el programa musical Camagüey Año 1 hasta que llegó una nueva regulación con la prohibición de una canción tradicional cubana —popularizada por Barbarito Diez— La mora, por su estribillo, considerado altamente conflictivo en un país donde se acababan de eliminar las fiestas navideñas:

              La Noche Buena
              y el lechoncito
             ¿cuándo volverán?

Pero esa es otra historia. Lo importante fue que la batalla para el futuro, a través de Mientras tanto, ya estaba ganada.

Enero de 1995. Cuatro escritores ante la casa de Antonio Benítez Rojo, en
Amherst, Massachusetts. Desde la izquierda: Alberto Batista, Benítez Rojo,
Norberto Fuentes y Miguel Ángel Sánchez.

30 de diciembre de 1989. Dos escritores, un trovador y un fotógrafo en la
casa de Norberto Fuentes. Desde la izquierda: Guillermo Rodríguez Rivera,
Norberto, Silvio Rodríguez y Ernesto Fernández.